Ni buena ni mala:
todo es cuestión de medida
¿A quién no le agradaría tener siempre a mano a un amigo
ocurrente, variadísimo en los temas que aborda, frecuentemente espectacular y a
menudo ingenioso, muy entretenido, que nunca se enfada, nos narra con lujo de
detalles acontecimientos que ocurren en todos los lugares del mundo, no exige
atención alguna, y, por si fuera poco, apenas consume ni plantea exigencias, y
del que, para más comodidad, se puede prescindir en cualquier momento sin
problema alguno?.
Efectivamente, no hay seres humanos que reúnan tantas
cualidades, pero todos tenemos en nuestros hogares un aparato, inerte pero a la
vez muy vivo, que cumple algunas de esas características y prestaciones: la tan
denostada televisión. Está ahí, es una más entre nosotros. Pertenece a la
familia casi como cualquiera de sus miembros y ocupa el mejor lugar de la casa.
La vida en común de mucha gente sería hoy, reconozcámoslo,
muy distinta sin la TV.
Sociólogos , filósofos, psicólogos, pedagogos y periodistas
han reflexionado sobre la influencia de la TV en la conformación de las
creencias, la cultura, los gustos, los hábitos de consumo, la percepción del
sexo y la violencia, el uso del tiempo de ocio, las preferencias políticas, ...
de cada uno de nosotros.
Nuestro cometido, en esta sección, es tan sencillo como
modesto: proponer sugerencias para aprovechar la interminable programación
televisiva y para que no esta perjudique la comunicación cotidiana entre los
miembros de la
familia. Porque el hogar, lejos de ser el ámbito natural de
reunión familiar que antaño fue, puede convertirse en un espacio físico en que
cada miembro de la familia consume, separadamente, su propia ración de TV.
Seamos realistas: está y seguirá ahí. Partamos de que hoy no
es posible obviar la TV
y de que no conviene centrarnos exclusivamente en la crítica negativa a sus
contenidos. No sería realista ni inteligente: va a seguir estando ahí, y
ofreciendo emisiones de interés para todos.
Lo más sabio es seleccionar de entre la amplia oferta de
contenidos, preguntarme qué quiero ver, qué me interesa en cada momento. Hemos
de elegir conscientemente lo que quiero. Y desechar lo que no me interesa o no
me convence por la razón que sea. Ser yo quien pone el rumbo a mi tiempo de
ocio. Y, por ende, quien decide qué quiero ver en la TV, y si deseo verla. Casi
todos decimos preferir informativos, documentales y debates sobre temas de
interés social. Pero, mayoritariamente, vemos deportes, cine muy comercial,
programas "rosa" o de testimonios íntimos de gente de la calle,
entrevistas con personajes extravagantes, humor de risa enlatada, shows o
concursos con música y chicas atractivas y telefilmes intranscendentes y
estereotipados hasta la
saciedad. Así que no nos quejemos tanto. En el
"debe" de la TV podemos apuntar muchos efectos perniciosos, además
del citado de frenar la comunicación familiar, pero destaquemos la pérdida de
la capacidad de conmovernos ante la desgracia ajena.
Todo forma parte del mismo espectáculo: después de las
imágenes de un terremoto con centenares de muertes, viene un spot de refrescos
de cola con felices adolescentes que antecede a un programa de chistes que a su
vez precede a otro de "imágenes de impacto" en el que se trivializa
con temas tan serios como la seguridad y el sentido del ridículo.
Supone un gran esfuerzo para el televidente discernir entre
lo real y el mero espectáculo, interpretar cada contenido, ya que todo se
impregna del mismo estilo, convirtiéndose en un único magma, en un mensaje
continuo cuyo objetivo coyuntural es que no cambiemos de canal y cuyos fines
últimos, por su trascendencia, dejaremos para otra ocasión.
Un uso racional.
Los medios de comunicación están para que hagamos un uso
racional de ellos, para extraer en cada momento aquello que va a contribuir a
nuestro bienestar, que enriquezca nuestros conocimientos o nos entretenga
satisfactoriamente, conforme a nuestros criterios de exigencia. Y también
sirven para la evasión después de una jornada de trabajo o estudio, dejando que
imágenes y sonidos nos envuelvan y trasladen a un mundo diferente de nuestra
cotidianeidad, a menudo cargada de cansancio, monotonía, preocupaciones y
tensiones. Pero La TV es también una compañía tirana, porque resulta muy
absorbente.
En algunos hogares, aunque el televisor está encendido todo
el día apenas suscita la atención de nadie. Pero lo común es que limite, y a
veces impida, la comunicación entre los miembros de la familia. Y , si surge el
diálogo mientras vemos la TV, la conversación difícilmente prosperará. Se
reducirá a monosílabos o se aplazará hasta mejor momento, que será nunca. No en
vano hemos metido la TV en nuestras casas por duplicado y hasta por triplicado:
en el salón, la cocina y en algunos dormitorios.
Tendremos que estar "ojo avizor" para que sus
renovados recursos, que atraen y retienen al espectador con tanto éxito, no nos
reduzcan a la pasividad o la indiferencia de un consumidor acrítico y sin
opinión, que todo lo digiere.
Qué hacemos con la TV
Consenso en el consumo, en lo que queremos ver. Al menos en
la mayoría de las ocasiones, estemos reunidos en una misma sala todos los
miembros de la familia.
Diálogo sobre lo que pensamos y sentimos ante lo que estamos
viendo en la TV ,
de forma que se potencie el conocimiento de la actualidad y el manejo en las discrepancias
entre los miembros de la familia.
Mantener la atención crítica ante lo que vemos, y
replantearnos los modelos de hombre y mujer, de niños, jóvenes y ancianos que
se nos proponen, los valores y el estilo de vida que parece pretenderse que
interioricemos. Desde la no-consciencia, es imposible ejercer la libertad de
ser uno mismo.
Acompañemos a niños y adolescentes en sus horas de TV,
propiciemos que desarrollen su capacidad crítica y sus propios criterios.
Estemos informados de los programas que ven.
No neguemos por sistema a nuestros hijos el uso de la TV , ni impongamos restricciones
muy severas. No por ello vamos a aumentar su afición a los libros o al deporte.
La TV forma parte
de su vida. Ofrezcámosles planes atractivos, para que comprueben que se pueden
hacer cosas distintas (y más divertidas) que ver la TV.
Busquemos todos los días un momento de diálogo con nuestra
pareja (si la tenemos) sin la TV
delante. La coincidencia en la hora de irse a la cama es importante. La TV no debe ser obstáculo para
la afectividad comunicativo- sensual de la pareja.
Dediquemos un tiempo a la tertulia familiar de la noche (o
mediodía), cuando coinciden todos los miembros de la familia, con la TV apagada.. Evitemos que esté
encendida la TV en
nuestras comidas, cenas o tertulias.
Fuente
Revista Consumer
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