lunes, 22 de julio de 2013

La ilusión de totalidad que da la televisión


La televisión nos crea una sensación que todo está al alcance de nuestra vista, pero ¿Podemos ver todo? ¿Qué significado tiene esto? ¿Significa que lo que no aparece en pantalla, no existe? ¿Influye esta creencia en nuestros juicios? 



Un centro inmóvil que lo ve todo y que está al mismo tiempo en todas partes, un espectador a la vez panóptico y panorámico cuya mirada coincide sin residuos con la existencia misma: la cámara se apoya en su objetividad material, bajo el modelo imperante, para convertirse en un activador ontológico con ambiciones de totalidad. La falsa seguridad y la falsa familiaridad de la televisión alimentan una doble ilusión holográmica. Por un lado, está la convicción de que todo lo que podemos técnicamente, lo podemos también -lo debemos- humana y culturalmente sin ninguna consecuencia.

Podemos ver, pues, todo lo que podemos ver. De todas las tentaciones, la única verdaderamente irresistible es la de mirar; podemos taparnos los oídos para no escuchar un chirrido, pinzarnos la nariz para evitar el olor de una alcantarilla, rechazar el sabor de la hiel o negarnos a tocar una viscosidad o una aspereza. Pero no podemos dejar de mirar. Todas las culturas de la tierra han llamado la atención, a través de mitos o leyendas, sobre los peligros de mirar indiscriminadamente, sobre las terribles consecuencias de sorprender con la mirada ciertas criaturas o situaciones privilegiadas cuyos beneficios son indisociables de su incomparecencia o cuyo horror fundamental debe mantenerse inconsciente. Acteón, la mujer de Lot o la de Barba Azul, Psiqué, la Melusina, la propia Gorgona, el castigo para los voyeur es la pérdida de la felicidad o - transformados en criaturas más vulnerables- la pérdida de la vida. Aún no sabemos qué consecuencias puede tener para la razón la posibilidad de "imaginar" técnicamente de un modo ilimitado; lo cierto es que esta posibilidad tecnológica se ha convertido ya en un mandamiento visual, de manera que estamos obligados a ver todo lo que la cámara nos permite ver.

La cámara ha levantado el tabú selectivo de la visión que Dios había establecido y se ha convertido, y convertido con ella al telespectador, en la verdadera divinidad. Esta potencia totalitaria de la televisión convierte a la nuestra en la primera sociedad de la tierra que puede mirar impunemente todo lo que ella puede registrar analógicamente o recrear digitalmente, lo que equivale a decir todo . Es la primera sociedad que puede sentir placer (y no el dolor de una metamorfosis vulneradora) viendo cosas que, bien pensado, preferiría que no estuvieran ocurriendo o que jamás aprobaría. Y habría que preguntarse, pues, si no hay ciertas clases de mal que sólo podemos combatir, rechazar y eliminar; de las que sólo podemos salvarnos, y salvar a los demás, negándonos -como en los cuentos- a mirarlas. O aceptando, a cambio, el castigo de los dioses.

Pero esta liberación totalitaria de la mirada es inseparable de la convicción presupuestaria de que todo lo que podemos ver es todo lo que podemos ver. Me refiero a la certeza casi orgánica de que hay una imagen para todas las apariciones, de que dondequiera que haya algo hay también una cámara, de que pertenece a la naturaleza de las cosas germinar sólo en la pantalla. La invasión atmosférica de la imagen televisiva, la aceleración y penetración de sus imágenes como resultado, al mismo tiempo, de los avances tecnológicos y de la competencia capitalista en el sector audiovisual, se suman a la interiorización subjetivo-doméstica del punto de vista de Dios o del Emperador para consumar la suplantación definitiva del mundo por parte de la pantalla.

La ilusión de que podemos ver todo lo que ocurre en la televisión se corresponde con esta otra de que todo lo que ocurre lo podemos ver en la televisión. Que lo que no aparece en la pantalla no existe no es el truco de un demonio deceptor; es una evidencia activa, la "síntesis" perceptiva a partir de la cual ordenamos nuestras relaciones, elaboramos nuestros juicios y construimos nuestras acciones. Los límites de nuestra visión "protésica" -por decirlo con Stiegler- son ya los límites ontológicos de nuestro mundo. Pero esta es justamente la prisión de Dios: todo lo que no podemos ver no ha nacido ni nacerá nunca.



Extraído de
Televisión: cinco ilusiones y una propuesta
Santiago Alba Rico
En Revista Archipiélago nº 60 (Monográfico sobre televisión)
Santiago Alba Rico es un escritor, ensayista y filósofo español nacido en Madrid en 1960.

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