viernes, 24 de febrero de 2012

Internet para adolescentes: siempre con normas y control

Internet está entre nosotros, y se quedará, nos aporta numerosos beneficios, y hasta ha cambiado nuestra vida cotidiana, pero como la moneda, tiene dos caras ¿Somos concientes de los riesgos? ¿Qué sucede con los adolescentes? Los siguientes párrafos reflexionan al respecto.

El potencial de la red es enorme pero debe medirse su uso especialmente en menores que pueden desviar su atención de labores escolares y sus relaciones sociales
Ya hace tiempo que la televisión, antigua reina de la casa, ha sido reemplazada por Internet y los celulares. Los efectos de la nueva hegemonía se están haciendo visibles ahora, sobre todo en jóvenes estudiantes, quienes en cuestión de tecnología van muchos pasos por delante de la mayoría de adultos.

Esta revolución en las comunicaciones ha modificado la manera de relacionarse, al permitir interactuar prácticamente en cualquier lugar y a cualquier hora. Las rutinas diarias, la vida social y familiar deben adaptarse a los cambios con los que la tecnología sorprende día a día.

Por ejemplo, las redes sociales como Facebook y Twitter, que invierten todo su ingenio en llegar cada día a más públicos, son algunas de las aplicaciones que más están afectado.

Las barreras de la comunicación también han cambiado, siendo ahora más fácil comunicarse con un desconocido al otro lado del planeta que conversar cara a cara de forma profunda y productiva con los hijos.

Los ejemplos de problemas comunicativos entre padres e hijos con Internet de por medio están a la orden del día.

Sin embargo, muchas veces se olvidan las funestas consecuencias que un uso desmedido y sin pautas puede tener sobre el desarrollo de los menores de edad.
Los expertos advierten sobre problemas de distracción y rendimiento escolar de los jóvenes, además de conductas antisociales.

Rendimiento escolar
"El cerebro se acostumbra a cambiar de tareas y no a la atención sostenida. La recompensa no está en una tarea, sino en saltar a la siguiente. Los cerebros de los jóvenes se van a cablear de forma distinta", dice Michael Rich, profesor de Harvard Medical School en un reportaje del New York Times.

Por otra parte, el psicólogo Boris Barraza, especializado en adolescentes, opina que si los jóvenes pasan el día pendientes del uso de Internet su atención se dispersa, y eso les genera más dificultades para mantenerse atentos en los elementos que requieren un mayor análisis.

"A mayor cantidad de tiempo que pasas en las redes sociales la persona no se enfoca en una sola cosa, va saltando de una rama a otra y esto no permite entrenar al cerebro a los procesos mentales superiores para que puedan desarrollarse bien", dice Barraza.

Y detalla otros riesgos posibles: "...se pierde la calidad del contacto humano cara a cara, las relaciones cálidas y la facilidad para mentir. A través de las redes sociales puedes elaborar una tremenda cantidad de fantasías, promesas incumplibles y ofrecimientos irrealizables...".
Para Ana María Carreras, directora del colegio García Flamenco, el problema consiste en establecer límites y considerar qué se comunica y en qué espacio. Además defiende el potencial de Internet como herramienta.

"En el proceso educativo es bonito, porque te permite educar permanentemente y utilizar las redes sociales y el acceso a Internet (...) Puedes hacer entornos personalizados de aprendizaje todo el tiempo utilizando todos los recursos, es muy rico", dice Carreras.

Poner normas en casa
Padres y tutores deben aprender a tolerar el uso de esta herramienta, fijarse en los intereses de sus hijos y controlar su uso en el hogar para mejorar la convivencia familiar.

"Lo recomendable es que haya ciertas normas en casa, a la hora de comer ni adultos ni menores van a contestar llamadas telefónicas ni a revisar mensajes, tener la capacidad de desprenderse de la atención que se les da a a esos aparatitos", menciona Barraza e incluye también ocasiones especiales como ir al cine o una reunión familiar.

Una recomendación para los padres es que no prohiban sino que marquen la duración de la conexión. Barraza sugiere que por cada dos horas de estudio se les permita una hora en Internet, siempre y cuando el tiempo de conexión diario no sobrepase las dos horas diarias.

En el colegio García Flamenco de San Salvador está prohibido acudir a clases con celulares aunque si los padres necesitan comunicarse de forma urgente siempre pueden llamar al teléfono fijo.

"Nos toca a los adultos aprender cómo se están comunicando ellos (menores) ahora y al final es todo sencillo, lo de siempre, el que se deja mal influir por los amigos. (...) Pero se trata de formar criterio en tus hijos, de fortalecer la voluntad y cuidar la comunicación", puntualiza Carreras.


Fuente
Elsalvador.com

jueves, 16 de febrero de 2012

La televisión atiende en lo fundamental a situaciones de crisis y conflicto

La televisión transforma todo en un espectáculo, la noticia pasa a ser un motivo de entretenimiento. Desde la pantalla se modifica el sentido de los sucesos. Los siguientes párrafos se dedican al tema.



La normalidad no es espectáculo. Ávida de temas para sorprender y sobresaltar, la televisión suele concentrarse en los hechos graves o críticos. En el primero de estos temas, el ejemplo del incendio que es registrado en su momento de mayor gravedad para después ser olvidado por la televisión. Cuando se trata de acontecimientos sociales y políticos, ese efecto puede suscitar mayor desorientación o empobrecimiento en la percepción de los ciudadanos.

El encuentro de dos presidentes resulta más visualmente llamativo si comienzan a discutir y hacen aspavientos, en contraste con la urbanidad protocolaria de los saludos colmados de cortesía. Si durante un discurso de campaña electoral un político recibe un tomatazo en el rostro, esa escena desplazará a cualquier otra sin importar lo que haya dicho en esa alocución. La Cámara de Diputados puede sesionar durante largos días sin que sus deliberaciones llamen la atención televisiva, pero si durante varios minutos dos legisladores se enzarzan en una discusión salpicada de improperios esa será la nota que ofrezcan los noticiarios.

Esos comportamientos en el manejo de las noticias no son privativos de la televisión. El periodismo suele destacar actitudes y hechos dramáticos. La normalidad no es llamativa para los lectores de diarios o espectadores de noticieros.

Las buenas noticias son malas noticias y viceversa: lo insólito, las catástrofes, los desacuerdos, nutren de contenidos a los espacios periodísticos con mucha mayor vivacidad que los asuntos rutinarios. Pero esa propensión, inherente al periodismo en cualquier formato, conduce a una mayor simplificación cuando es llevada a la televisión.

Acotado a sus dimensiones más estridentes por la identificación preponderante entre el periodismo y el escándalo, la escena de un acontecimiento dramático (las gesticulaciones de los gobernantes al discutir, la súbita interrupción en el discurso del candidato, los denuestos de los diputados) quedará acotada, fijada y sobredimensionada por la lente televisiva.

Qué hacer. Reconocer esas limitaciones y propensiones de la televisión, tener en cuenta en todo momento que sólo nos presenta retazos de la realidad, recordar que esos segmentos son los más visual y dramáticamente llamativos pero no de manera necesaria los de contenido más útil para la discusión o la comprensión del asunto en cuestión, tendrían que ser actitudes constantes del ciudadano que quiere robustecer su cultura cívica sin dejar de ver la televisión.


Extraído de
Televisión y educación para la ciudadanía

martes, 7 de febrero de 2012

Propaga una concepción utilitaria e individualista de la solidaridad

¿Qué ideas subyace cuando en la televisión se proclama “solidaridad”? ¿A quiénes se proclama “solidario”? En los siguientes párrafos se analiza esta idea, bajo el nombre de “telesolidaridad”.



Tanto en sus contenidos dramáticos como en los noticieros, la televisión por lo general enaltece casos de valor, mérito, destreza e incluso suerte, de carácter individual. No está mal que los casos de auténtica valía personal sean presentados tanto como reconocimiento a quienes los protagonizan, como en calidad de ejemplo. El policía que puso en riesgo su vida para defender de un asalto a varios ciudadanos, el joven estudiante de origen campesino que a pesar de ingentes limitaciones económicas obtiene el mejor promedio escolar del país, la nadadora que supera en una competencia internacional a sus rivales de otras naciones, son protagonistas de la vida pública que se singularizan por actos y esfuerzos que merecen ser conocidos y, así, reconocidos.

Pero no es frecuente que, de la misma manera, la televisión ilustre triunfos colectivos. Los profesores que se organizan para remozar su escuela, los empleados de una oficina que superan los índices de atención al público, los miembros de un sindicato que se preocupan por la calidad del producto que fabrican, serían casos de empeño colectivo poco interesantes para la televisión. Ese medio, siempre en busca de la personalización de los hechos públicos, difícilmente se interesa por logros que no sean individuales.

De cuando en cuando, por otra parte, a la televisión le da por la solidaridad. En distintos países son frecuentes los teletones, que son transmisiones de varias horas o incluso de varios días durante los cuales se exhorta al público a respaldar financieramente una causa noble. Las aportaciones que se consiguen de esa manera sin duda resultan útiles para los beneficiarios de esa solidaridad electrónica. El asilo de ancianos, los niños discapacitados, la comunidad rural marginada de servicios básicos que obtienen recursos gracias a tal esfuerzo, merecen ese y muchos más respaldos. Sin embargo a la televisión, más que ayudar a otros le interesa socorrerse a sí misma. Con mucha frecuencia esos maratones a favor de causas altruistas pretenden antes que nada mejorar la imagen pública de los consorcios televisivos.

E independientemente de la causa de las televisoras, la solidaridad que se promueve en teletones y otros actos resulta distante, despersonalizada e individualizada. Los televidentes obtienen la sensación de que por el solo hecho de sintonizar el canal donde se ofrecen bienes para los desamparados están participando en un acto noble. Aquellos que cooperen lo harán a distancia, a cargo de su cuenta telefónica o de la tarjeta de crédito y con seguridad esa cooperación financiera será útil para alguien pero habrá sido una forma de respaldo fácil y acaso tranquilizador ante la exposición de una carencia dramática.

A la solidaridad, en esos casos, se le confunde con la caridad. La solidaridad es la identificación con la causa de otros no sólo para remediar temporalmente sus problemas sino para buscar solución a ellos. La dádiva televisiva en cambio, busca paliar una situación difícil y además, mitigar el desasosiego que puedan tener los televidentes ante la exposición de esas carencias.

García Canclini ha definido a la telesolidaridad de esta manera: “Programas de televisión en los cuales se perfecciona audiovisual y electrónicamente la limosna en una época en que se volvió peligroso estar detenido con el coche ante un semáforo con la ventana baja [...] se pide dinero a los pobres para dárselo a los ricos, quienes luego lo repartirán entre los pobres”.

La ciudadanía plena descansa, entre otros valores, en la solidaridad entendida como soporte de la cohesión social. Por eso el término viene del latín solidum. La solidaridad la hacemos junto con otros y de allí resulta su eficaz efecto en la trabazón de las relaciones sociales. No es esa la solidaridad que acostumbra propagar la televisión.

Qué hacer.
Si hubiera propuestas y capacidad de exigencia social para hacerlas prosperar, la televisión comercial podría difundir formas no exclusivamente individualistas de solidaridad. Esa sería, en todo caso, función permanente de la televisión pública.

Eventualmente la televisión, junto con otros medios, puede contribuir a la propagación de acciones solidarias, sobre todo en momentos críticos para la sociedad. Por ejemplo la exposición de una catástrofe (la erupción de un volcán, la inundación tras un huracán, las secuelas de un terremoto) puede llevar a no pocas personas a contribuir por un lado con víveres y otros suministros (que serían una útil expresión de caridad) pero, también, a organizar grupos que ayuden a rescatar y albergar damnificados o a reconstruir sus viviendas.

La promoción del individualismo resulta casi inevitable en la televisión que, como hemos apuntado, es un medio anclado en personajes que pretende emblemáticos o por lo menos célebres. Sin embargo hay que recordar que la televisión misma es resultado de un esfuerzo colectivo. Sin el concurso de guionistas, productores, escenógrafos, camarógrafos, iluminadores, maquillistas, electricistas, ingenieros y muchos otros profesionales y técnicos, la imagen del conductor de televisión no llegaría a las pantallas en nuestros hogares.


Extraído de
Televisión y educación para la ciudadanía
Raúl
Trejo Delarbre
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