Legitimados por el rating y omnipresentes en las sociedades contemporáneas, los medios son instrumentos y -también- actores en la política de nuestros días. El politólogo italiano Giovanni Sartori denominó al comenzar la última década del siglo XX como videopolítica a la enorme influencia de los medios en la definición de las relaciones políticas en la actualidad: “es la fuerza que nos está modelando”. De manera paralela a la decadencia de los partidos, los medios de comunicación se erigen en los espacios privilegiados para procesar consensos, propagandizar aspiraciones y sobre todo, consolidar a la vez que abatir figuras políticas. La imagen desplaza a las ideas y las técnicas del marketing al discurso político al menos tal y como hasta ahora se le había concebido, en virtud de la preponderancia de los medios.
La insistencia de autores como ese pensador italiano para subrayar las consecuencias que tiene la televisión en la construcción de candidatos, la designación de gobernantes, el estado de ánimo de la sociedad y la definición de las decisiones públicas más importantes, ha permitido entender la preeminencia de ese medio en la vida contemporánea. La imagen y la mercadotecnia a menudo prevalecen sobre las ideas y la reflexión, tanto en el quehacer político como en otras áreas de la actividad pública. Sin embargo en ocasiones autores como Sartori le reconocen a la televisión un poder de manipulación tan acentuado que, involuntariamente, terminan exagerando las capacidades de ese medio e incluso mitificándolos.
En Homo videns, su obra más conocida acerca de los medios, ese politólogo expresa una profunda preocupación acerca de la influencia de la televisión en el empobrecimiento del razonamiento en las sociedades contemporáneas. Los mensajes habitualmente simples y con frecuencia anodinos que ofrece la televisión, no exigen réplica ni reacción alguna por parte del televidente. La cultura de masas contemporánea, definida de manera muy importante por los contenidos de la televisión, está repleta de información pero con frecuencia se encuentra ayuna de reflexión. Sin embargo la primacía de la imagen lleva a Sartori a considerar que la cultura escrita, con toda la carga de argumentación lógica y razonamiento que puede tener, está condenada a desaparecer. Al homo sapiens lo sustituye un homo videns inhábil para el pensamiento conceptual, reacio a la lectura y habituado esencialmente a la contemplación de imágenes.
Los hechos se nos muestran, no se explican
La contundencia con que Sartori formula sus preocupaciones y también las lecturas frecuentemente sesgadas de su obra acerca de los medios, en las que suelen destacar más las formulaciones drásticas que los matices que las acompañan, le han creado a ese autor una inadecuada fama de tremendista respecto de la televisión. Una de sus premisas establece: “Con la televisión, nos aventuramos en una novedad radicalmente nueva. La televisión no es un anexo; es sobre todo una sustitución que modifica sustancialmente la relación entre entender y ver. Hasta hoy día, el mundo, los acontecimientos del mundo, se nos relataban (por escrito); actualmente se nos muestran, y el relato (su explicación) está prácticamente sólo en función de las imágenes que aparecen en la pantalla”.
A la sensación de presencialidad ininterrumpida que nos ofrece la televisión respecto de los asuntos globales más importantes o, para decirlo con precisión, de los asuntos que la agenda mediática ha considerado como insoslayables, se añade esa modificación en la manera para enterarnos de los sucesos públicos. La diferencia entre leer acerca de ellos y verlos mientras ocurren, no es menor.
Cuando sabemos de un suceso gracias a una narración periodística o literaria, nuestro conocimiento se nutre de la mirada que el narrador ha impuesto sobre esos hechos. La mirada de la televisión es diferente: no es la nuestra, porque depende de numerosas circunstancias que no controlamos -el emplazamiento de las cámaras, los cambios entre una y otra, la duración de la transmisión, etcétera- pero la oportunidad de mirar con nuestros propios ojos nos hace testigos del hecho aunque sea a través del filtro impuesto por camarógrafos, reporteros, productores e incluso los anunciantes cuyos productos se promocionan en cada corte de estación.
La imagen, rival de la lectura
Lo que Sartori ha hecho, ciertamente con eficacia, es subrayar el declive de las ideas complejas y de la lectura a causa, entre otros motivos, de la preponderancia de la cultura audiovisual. Ese autor considera que la imagen no es un recurso para aprehender conocimientos: “la conclusión vuelve a ser que un ‘conocimiento mediante imágenes’ no es un saber en el sentido cognoscitivo del término y que, más que difundir el saber, erosiona los contenidos del mismo”.
Uno de los terrenos de indagación y discusión que abren esas preocupaciones se encuentra en dilucidar si en realidad la imagen no es vía para el conocimiento. Pero sobre todo, hay que recordar que incluso en un mundo repleto de incitaciones y exuberancias audiovisuales (televisores constantemente encendidos, anuncios en las calles, transeúntes con IPod, etcétera) es difícil encontrar imágenes que no vayan acompañadas de textos o que no susciten comentarios o glosas verbales o textuales.
La preocupación de Sartori es auténtica como posición de principio, ante una proliferación de imágenes que coincide con el empobrecimiento de la cultura del texto. Pero ese autor no se apoltrona en una postura irremediablemente catastrofista. Acerca de la posibilidad de que la imagen sea parte de un proceso de elaboración reflexiva más complejo apunta, por ejemplo: “La imagen debe ser explicada; y la explicación que se da de ella en la televisión es insuficiente. Si en un futuro existiera una televisión que explicara mejor (mucho mejor), entones el discurso sobre una integración positiva entre homo sapiens y homo videns se podrá reanudar. Pero por el momento, es verdad que no hay integración, sino sustracción y que, por tanto, el acto de ver está atrofiando la capacidad de entender”.
Entre la sensación y la comprensión
Los medios siempre propalan mensajes en busca de adhesiones, asentimientos e identificaciones entre sus destinatarios. Pero el formato de la televisión, al gravitar más en la imagen que en la retórica verbal o textual, interpela a sus públicos a partir de mensajes que suscitan más la emoción que la reflexión.
La imagen no basta por sí sola para que entendamos un acontecimiento. La efigie de un militar armado hasta los dientes y de mirada bravía puede ser la del miembro de un ejército que sojuzga y reprime a una población, pero también podría ser la de quien ha contribuido a la liberación de esa comunidad. La apreciación que construyamos acerca de esa imagen dependerá del resto de la información que se nos proporcione, o que ya tengamos, sobre el episodio del cual forme parte.
Sartori se ocupa de lo que sucede después con ese mensaje y subraya el escaso valor que, desde su perspectiva analítica, tendrá para el televidente como fuente de conocimiento. Si la televisión no nos ofrece más que la efigie del militar forrado de armas, reaccionaremos a ella con animadversión (o algunos, según su propia formación y contexto, quizá lo hagan con simpatía) pero no la entenderemos y la impresión que nos ocasione será simplemente catártica. Por eso con frecuencia la contemplación del televisor no es más que una sucesión de reflejos emocionales ante desfiles de imágenes que no siempre alcanzamos a comprender. Así sucede especialmente cuando hacemos zapping: al cambiar de un canal de televisión a otro apenas distinguimos entre formas, colores, expresiones y quizá sonidos que nos pueden resultar familiares o no, pero que distinguimos gracias a la información previa que tenemos acerca de ellos aunque no alcancemos a discernir mucho más sobre esas escenas aisladas... la televisión es el medio de mayor presencia social en nuestros días, debemos entender las peculiaridades que se derivan de la imagen como elemento central del lenguaje con el que comunica sus mensajes, advertir que la reacción de sus espectadores se ubica más en el terreno de la sensación que el de la reflexión y concluir que por lo general sus contenidos son poco propicios al entendimiento.
Extraído de
Televisión y educación para la ciudadanía
Raúl Trejo Delarbre