jueves, 22 de agosto de 2013

La televisión y la familia

La televisión es un medio educativo ¿Positivo o negativo? Produce una verdadera invasión de imágenes, que están cargadas de cierta intencionalidad ¿Qué precauciones tomar? ¿Qué efectos puede producir, al ser usada en exceso?
 


La televisión es uno de los recursos de comunicación audiovisual más poderosos. Hace del mundo una aldea global. Tenemos la posibilidad de estar asomados a una pantalla que de inmediato nos presenta lo que acontece en cualquier punto del planeta.

Las posibilidades educativas que tiene son espectaculares, la fuerza comunicadora de la imagen al presentarnos de manera tan intuitiva fenómenos, acontecimientos, procesos... hace que su potencial educador y formativo sea enorme en sí mismo, pero todas las posibilidades educativas que pueda tener, en la práctica depende del uso que se le quiera dar.

Produce tristeza que un medio tan poderoso como la televisión se utilice para fines tan pobres como los que vemos con tanta frecuencia en los canales, donde las audiencias es el criterio más importante para mantener o quitar un programa, al margen de la validez formativa y técnica que tenga programa.

Ante esta "invasión de la imagen" los padres necesitamos tener unos criterios respecto al uso de la televisión en la casa

El uso de la televisión
1º.-Conviene limitar el tiempo que los hijos están delante de la pequeña pantalla, por tanto es necesario seleccionar lo que se quiere ver, teniendo una información previa del contenido de los programas. Fijar una norma cuanto antes, si se quiere que la TV juegue sólo un pequeño papel en la vida de los niños.

2º.- Planificar el horario de ver la TV. Sólo se ha de conectar el televisor cuando haya un programa concreto que se desee ver. No es adecuado conectar el televisor a cualquier hora y tenerlo como música de fondo. Si los padres ven televisión indiscriminadamente lo mismo harán sus hijos.

3º.- Proporcionar al niño alternativas para distraerse. No utilizar el televisor como si fuera la niñera, excepto ocasionalmente. Mejor es que el niño practique otras actividades agradables que le mantienen entretenido y ocupado.

4º.- Negociar con el niño el tiempo que se va a ver la televisión. Coloque el plan de sesiones cerca del televisor. El niño debe saber que habrá una penalización si se incumplen los horarios, como puede ser la pérdida de los acuerdos respecto a la televisión que se verá al día siguiente.

5º.- Ver la televisión juntos. Siempre que sea posible los padres deberían ver la TV junto a sus hijos y, de este modo, hablar de lo que están viendo. Así se potencian los efectos positivos de la TV y se disminuyen los negativos. Si el niño ve y discute los programas con un adulto que le da explicaciones de lo que ve en la pantalla, estará más protegido

6.- Ver la TV de manera crítica ante los mensajes que aparecen. Esto se irá consiguiendo si se les enseña a distinguir lo real de lo ficticio, los hechos de las opiniones, lo moralmente correcto de lo incorrecto. Estas distinciones se aprenden en la medida que se crea en la familia la costumbre de comentarlos.

7.- Hablar de lo que se está viendo. ¿Es una historia real o una fantasía?, ¿es algo peligroso o algo bueno?, ¿qué piensas de los personajes?, ¿qué sientes viendo este programa? Anime a inventar nuevos finales.

8.- Discutir las noticias. El hecho de discutir el contenido de las noticias ayudará a que el niño entienda con más facilidad lo que está ocurriendo en el mundo.

9.- Hablar de la publicidad. Enseñe a contemplar los anuncios con ojo crítico y que así entienda que el objetivo es vender algo. ¿Parece un juguete tan bueno en la tienda como en la pantalla?, ¿qué consiguen los vendedores repitiendo muchas veces un anuncio?...

10.- Cambiar los hábitos televisivos en el hogar. Cuando el niño se ve que es teleadicto y ve más la TV de lo que los padres quisieran, es necesario provocar cambios ¿Cómo? Alternar la TV con otras actividades: "¿Quieres ver tu programa favorito a las 8.30? ¿qué te gustaría hacer hasta entonces?". Los padres pueden sugerir juegos de mesa, la lectura de un libro, escuchar música, pasear, repasar ejercicios escolares...

11.- Utilizar la televisión como recompensa. Cuando un niño disfruta con la TV, el hecho de verla es un reforzador natural de otros comportamientos. Se puede utilizar la TV como reforzador para conductas que se pueden mejorar.

Efectos que produce la permanencia excesiva ante la pantalla de TV:
·      Trastornos del sueño. Ver programas violentos, excitantes o ruidosos a la hora de acostarse, altera el ritmo biológico del sueño. Priva del número suficiente y recomendable de horas de sueño que ha de tener un niño.

·      Consumismo. Incita a los niños a comprar todo lo que aparece en la pantalla. Carecen de un sentido crítico para saber si conviene comprar o no lo que tan frecuentemente aparece anunciado en las pantallas. Véase la correlación existente entre anuncios de juguetes y venta de los mismos.

·      Falta de desarrollo social. Por estar excesivo en contacto con la pantalla produce una carencia de contacto social, lo que ocasiona un déficit de relaciones con los demás sociales, y una falta de habilidades sociales.

·      Pasividad. Lo propio de la TV es incitar a la pasividad intelectual en cuanto el espectador no se expresa, no habla, asume acríticamente lo que aparece. Genera un perfil muy típico entre los niños que permanecen muchas horas frente al televisor, caracterizado por abulia en la voluntad y déficit en la atención y concentración.

·      Tendencia a confundir lo imaginativo con la realidad. Los niños tienen una imaginación muy desarrollada en este periodo evolutivo, les puede faltar el suficiente espíritu crítico para saber distinguir lo que es producto de la imaginación de lo que tiene un fundamento en la realidad entre lo que aparece en las pantallas.

·      Más tolerancia a la violencia y a las conductas delictivas. El acostumbramiento por frecuencia en aparición en las pantallas de conductas delictivas y violentas hace que se dé una permisividad mayor hacia este tipo de conductas por parte de los espectadores.

·      Falta de iniciativa y creatividad. La permanencia frente al televisor merma la iniciativa para buscar otras formas más enriquecedoras para aprovechar el tiempo de ocio. De igual manera no estimula la creatividad en los niños como lo hace los juegos.
             


Fuente
Escuela de Padres
MEC
Ministerio de Educación de España

lunes, 12 de agosto de 2013

La ilusión de acontecimiento que da la televisión


La sociedad se mueve en torno al consumo, y esto también se refiere a los “acontecimientos”, que desaparecen rápidamente, tanto de la pantalla televisiva como de nuestro interés ¿Podemos contextualizar los contenidos ofrecidos por la televisión? ¿Consumimos los acontecimientos, como cualquier otra mercadería? ¿Son tan importantes para nuestra vida?


He insistido en otra parte que el capitalismo es el primer orden social de la historia que disuelve esas fronteras, inseparables del concepto mismo de "cultura" y respetadas por todas las civilizaciones conocidas, entre cosas de comer (o "consumptibilis"), cosas de usar (o "fungibilis") y cosas de mirar (o "mirabilia"). El proceso por el cual el capitalismo convierte todas los objetos por igual en "mercancías" se llama "fetichismo"; el proceso por el cual convierte todas los objetos por igual en "comestibles" se llama "consumo". Este doble movimiento simultáneo, en virtud del cual se nos arrebatan ininterrumpidamente las cosas por sacralización y digestión a un tiempo, convierte a la sociedad capitalista en la más primitiva de la historia: un sistema de destrucción o catástrofe generalizada en el que los edificios, las mesas, los automóviles, los ordenadores, los libros y los cuadros resisten tan poco como las aceitunas o los barquillos.

La imagen también. En esta mercantilización exhaustiva del conjunto del universo -hierba por hierba y hombre por hombre- la imagen ha sufrido el mismo destino que todas las otras criaturas. En este sentido, la televisión se limita a reflejar y prolongar al mismo tiempo el contenido y la ideología de la renovación acelerada e ininterrumpida de las mercancías. Destruir las cosas (y los hombres), destruir también sus imágenes. El equivalente de la "novedad" en el mercado es en la televisión el "acontecimiento". Así como los nuevos productos desalojan sin descanso a los viejos sumiéndolos en el olvido, flamantes y solitarios en el escaparate, así la televisión debe ofrecer una sucesión de clímax, un desfile vertiginoso de momentos-cumbre y situaciones de excepción, una contigüidad desparramada de eventos, uno detrás de otro y sin hilazón recíproca, como joyas intemporales extraídas del flujo de la temporalidad. El falso directo de los informativos (con arreglo al modelo estadounidense), la repetición obsesiva de la escena (el estrépito de las Torres Gemelas y la hazaña de Zidane sin distinción), la exclusiva, el estreno, la nueva programación, la siempre-cosa-sin-precedentes, el ojo del telespectador asiste a una cadena galopante de viñetas o cromos sucesivos que la retina no puede retener o contextualizar: un encuentro "histórico", un discurso "histórico", un gol "histórico" o incluso un beso o un paseo "históricos", donde el "acontecimiento" es separado de la cadena efecto-causal en la que encuentra su sentido, como el último automóvil en su vitrina, y desplazado inmediatamente del escenario por otro "acontecimiento" similar.

Bajo nuestro modelo de televisión e independientemente de todas las manipulaciones, el monumentalismo reemplaza a la memoria. Porque allí donde todo es "acontecimiento" no hay ningún acontecimiento; allí donde todo es "histórico" no hay Historia. El régimen "mercantil" de producción de imágenes televisivas mantiene al espectador fuera del tiempo, en una centelleante sincronía sin historia donde nada puede ser recordado ni nada pude ser explicado. Lo mantiene, por así decirlo, aplastado contra la pantalla.

También por esto, claro, la televisión enjuga, restaña todos los análisis. El tempo del "acontecimiento" es incompatible con el tempo del pensamiento. El ritmo estructural que el mercado impone a la televisión, imprime necesariamente al debate, al informativo, a las propias películas, esas escansiones en vaivén que interrumpen el despliegue diacrónico de la argumentación (o del argumento). De esto se quejaba muy justamente Bourdieu en Sur la televisión. Si hay algo más antisocrático que un tribunal, es sin duda un plató: "Los que se han dedicado mucho tiempo a la filosofía frecuentemente parecen oradores ridículos, cuando acuden a los tribunales. (Los filósofos) disfrutan del tiempo libre y sus discursos los componen en paz y en tiempo de ocio. (...) Y no les preocupa nada la extensión o brevedad de sus razonamientos sino solamente alcanzar la verdad. Los otros, en cambio, siempre hablan con la urgencia del tiempo, pues les apremia el flujo de la clepsidra. (...) Sus discursos versan siempre sobre algún compañero de esclavitud y están dirigidos a un señor que se sienta con la demanda en las manos".

La imagen es el fetiche por antonomasia. La televisión "fetichiza" el acontecimiento como la forma mercancía "fetichiza" las relaciones de producción. En el hechizo material del objeto mercantil queda disfrazada su genealogía; su hechura iluminada por el deseo -promovido por todas las sofisticadas técnicas del marketing- aísla y privilegia el orden de la circulación, cuya tendencia bajo el capitalismo será la de convertirse espontáneamente en espectáculo.

Allí donde la circulación de mercancías subsume completamente las relaciones antropológicas, la expresión de Debord es demasiado corta:
ahora la sociedad es el espectáculo. Pero la sociedad, hemos dicho, es la televisión. El espectáculo televisivo, pues, es la ocultación fetichista de lo que ella misma nos enseña, la sociedad que desaparece en el acto mismo de exponerse desnuda ante nuestros ojos. Y este ocultamiento -en el mismo instante- nos lo comemos también con todo lo demás.

Mediante el fetichismo, la televisión opera la estetización del acontecimiento; mediante la velocidad, opera su destrucción (que es lo que literalmente quiere decir "consumo"). La televisión no instruye ni divierte ni informa; en todo caso, nos alimenta. Al igual que los edificios, las mesas, los ordenadores, los automóviles (y sus productores) también nos comemos los "acontecimientos". En este sentido, es verdad que aquello que no enseña la televisión no existe. Pero es mucho peor: como "medio" de satisfacción estética o digestiva (con sus terribles "efectos colaterales" en el mundo), ocurre que lo que enseña la televisión no- existe. Lo que enseña la televisión -es decir- es la inexistencia misma de las cosas que enseña.



Extraído de
Televisión: cinco ilusiones y una propuesta
Santiago Alba Rico
En Revista Archipiélago nº 60 (Monográfico sobre televisión)
Santiago Alba Rico es un escritor, ensayista y filósofo español nacido en Madrid en 1960.

viernes, 9 de agosto de 2013

Videojuegos, personalidad y conducta


Los videojuegos tienen una presencia notable en nuestros días, a pesar de su “corta edad”, se ha investigado muchas veces sobre sus efectos ¿Afecta a la conducta de los usuarios? ¿Provoca agresividad? ¿Hay evidencias que modifiquen las conductas a largo plazo?


Probablemente sea este uno de los capítulos que más investigaciones haya propiciado. Concluyéndose de modo mayoritario la no existencia de diferencias significativas en la estructura de personalidad de los jugadores de videojuegos respecto a los no jugadores. De modo particular cabe destacar la presencia de un grado de extroversión significativamente mayor entre los jugadores.

Además de los mencionados, otros trabajos han tratado de establecer relaciones entre esta actividad y la presencia de trastornos de conducta y síntomas psiquiátricos. La investigación es concluyente respecto a la independencia entre el videojuego y cualquier tipo de psicopatología. Funk revisa y actualiza este tema, señalando que:
"A pesar del temor relacionado con los hipotéticos problemas que los video­ juegos pudieran generar, la actual investigación no puede establecer relación alguna entre el juego frecuente y el desarrollo de verdadera psicopatología".

Provenzo se expresa en la misma dirección cuando señala que:
Parece razonable asumir que el video­ juego no contribuye al desarrollo de conductas desviadas entre sus usuarios, de hecho puede ayudar a jóvenes y adolescentes en su proceso de desarrollo".

Videojuegos y agresividad
La investigación de autores conductistas acerca del tema de la agresividad y sus relaciones con modelos de aprendizaje vicario o imitativo sirven de base teórica para las hipótesis que sugieren la posibilidad de un incremento de los niveles de agresividad y hostilidad después de haber jugado videojuegos. El estudio del modelaje de la agresión en los niños demostró cómo la exposición a modelos agresivos puede conducir a un incremento en el nivel de agresión posterior. Esta atractiva hipótesis fue rápidamente cuestionada por los trabajos de Lott y Lott al establecer la naturaleza simbólica de la agresión implícita en muchos videojuegos puesto que gran parte de los contenidos agresivos u hostiles presentan estos elementos de una forma simbólica (recordemos los ya históricos Space Invaders o Pac-Man).

Goldstein realiza una puntualización, evidente, pero escasamente considerada en la divulgación de este tipo de investigación:
"No existe duda de que la exposición a la violencia televisiva correlaciona con la agresión, sin embargo existen dudas acerca de que la causa de la agresión sea la televisión".

Esta distinción entre los conceptos de correlación y causalidad no será nueva para todos aquellos con conocimientos estadísticos, sin embargo con excesiva frecuencia se interpretan ambos conceptos como sinónimos.

Dominick estableció que jugar videojuegos agresivos podía tener efectos negativos a corto plazo en el estado emocional del jugador. Además los cambios afectivos dependieron del tipo de video­ juego empleado, es decir, el videojuego más agresivo condujo a incrementar la hostilidad y lo. ansiedad, en relación a aquellos sujetos que no jugaron videojuegos. El videojuego medianamente agresivo incrementó solo el nivel de hostilidad sin afectar el nivel de ansiedad.

Cooper y Mackie constataron como los varones no presentaban evidencia de incremento alguno de su conducta agresiva respecto a los valores previos al juego con videojuegos. En cambio entre las niñas no se produjo la misma situación, incrementándose la agresividad después de haber jugado con un videojuego dé temática agresiva y después de ver a sus compañeros jugar con él. Los autores atribuyeron esta diferencia entre sexos a la menor exposición a modelos agresivos entre las niñas.

Podemos concluir como los investigadores que se han ocupado del tema de la agresión ligada al juego de videojuegos coinciden en señalar la existencia de alguna forma de relación entre ambas variables, sin embargo hoy por hoy no existe una evidencia clara respecto a este tema ni respecto a la pervivencia en el tiempo de este efecto.

Habitualmente los investigadores suelen hacer referencia al tiempo inmediatamente posterior al uso de estos juegos. De este modo los efectos negativos descubiertos por algunos autores podrían tener una vida corta y no presentar efectos mórbidos a medio o largo plazo.




Extraído de
Apuntes de Psicología
2001, Vol. 19, número 1, pp. 161-174.
Colegio Oficial de Psicólogos (Andalucía Occidental) y Universidad de Sevilla
Efectos a largo plazo del uso de videojuegos
Juan Alberto ESTALLÓ M. Carme MASFERRER Candibel AGUIRRE
Instituto Psiquiátrico de Barcelona

viernes, 2 de agosto de 2013

La ilusión de invulnerabilidad que da la televisión

¿Qué sensación otorga el “mirar sin ser mirado? ¿Cuál es la sensación del poder? La televisión está en los hogares en un lugar privilegiado, no con los otros electrodomésticos ¿Qué simboliza esto? ¿En qué consiste el parentesco visual entre el emperador y el espectador?


Si hablamos de la relación entre la "seguridad" y el "ojo", hay que empezar por decir que el espectáculo no dirime sólo las desigualdades entre el Hombre y la Naturaleza: dirime asimismo las de los hombres entre sí. La razón es theoría, pero el poder también.
Lo sublime nace de una mirada ascendente, de abajo arriba, desde el ras del cuerpo hacia el cielo borrascoso o hacia la cumbre nevada; el poder, en cambio, mira siempre de arriba abajo: Escipión, por ejemplo, contemplando melancólicamente a sus pies la ciudad humeante que él mismo ha mandado destruir, pero también el oficial de aduana ante el que el viajero inclina culpable la cabeza. Tras la expulsión del Paraíso y salvo para los enamorados, la mirada no admite reciprocidad, impone una jerarquía, desnivela el mundo; y la hegemonía, pues, presupone y se expresa siempre a través del espectáculo, cuya manifestación más pura es el Triunfo Romano con su desigualdad visual entre vencedores y vencidos. De lo primero que se libera el hombre que aspira a la emancipación es de la mirada del tirano; lo primero que afirma el tirano -con los mismos medios que le han proporcionado la supremacía- es su libertad absoluta para mirar. Mirar o ser mirado, mirar sin ser mirado, someter y -llegado el caso- destruir con la mirada, la conquista de la "soberanía" implica la búsqueda de cotas geográficas o tecnológicas cada vez más elevadas desde las que el solo ojo pueda ordenar y decidir los acontecimientos, proceso en el que la industria militar juega un papel dinamizador y que alcanza su perfección provisional en los bombardeos desde el aire. En la tradición espacial que sigue siendo la de nuestra conciencia, el poder es un "centro" -fortaleza o alcázar inexpugnables- en el que convergen fluidamente todos los extremos del imperio: informadores, peticionarios, reos, funcionarios, embajadores, comerciantes, y también esos cómicos, juglares y volatineros que montan su espectáculo dentro del espectáculo más amplio de la corte.

Allí el poder visual del emperador es el efecto y la garantía de tres factores indisociables entre sí: invisibilidad, inviolablidad e inmovilidad. El emperador, que todo lo ve, no se expone jamás o sólo en ocasiones señaladas a la mirada de los súbditos. El emperador, porque nadie lo ve, está seguro, permanece a cubierto de cualquier asechanza, protegido por su propia ausencia amenazadora. La majestad del emperador, en fin, depende de que permanezca inmóvil mientras todo gira, se combina y se despliega a su alrededor. En este sentido, por debajo del campesino y del caballerizo, la figura socialmente opuesta a la del emperador la encarna precisamente el "cómico", al que su consentida visibilidad y su incesante movilidad (desprovisto como está de residencia fija) vuelven despreciable y vulnerable.

¿Qué tiene todo esto que ver con la televisión? Lo primero que hay que recordar es que la televisión es un mueble o, más exactamente, un electrodoméstico. Pertenece, pues, al ámbito de la casa. Más aún: a partir de los años sesenta -un poco antes en el mundo anglosajón- su entronización en el cuarto de estar pasó a re-estructurar decisivamente, mucho más que la nevera, la lavadora o el friegaplatos, contemporáneos suyos, la distribución del espacio doméstico burgués; al contrario que los otros adminículos eléctricos, confinados en la zona ahora excusada de la producción (la cocina o el baño), la televisión activaba idealmente la esencia misma de la casa, su concepto universal -si se quiere- como representación ancestral del hombre fuera de peligro. Permitía, pues, mantener las separaciones típicamente "burguesas" prolongando al mismo tiempo y consumando el triunfo del "hogar" universalmente humano. Los dos elementos irrenunciables que definen ontológicamente la casa, como caparazón arquitectónico de una intimidad protegida; los dos símbolos, por así decirlo, de la existencia de un lugar seguro en medio de las asechanzas exteriores, son la ventana y el fuego. Una casa es sólo eso. La ventana es el límite transparente que deja fuera el mundo que podemos, sin embargo, seguir mirando. El fuego es el centro interior que calienta, recoge y humaniza a las criaturas sentadas a su alrededor. Pues bien, la televisión ha venido sobre todo -o antes que nada- a conservar bajo otra forma las ventanas y las hogueras.

Antes de generalizar un modelo de civilización, la televisión generaliza en efecto las ventanas. Antes de sustituir a la madre o al maestro, la televisión ha sustituido al fuego. Si la casa sigue siendo "hogar", sigue siendo focolaris (el lugar de la lumbre), una vez desplazado el fuego a la periferia vergonzante de la cocina, es porque la televisión conserva en su corazón una fuente de luz, de calor y de ruido -el murmullo variable del crepitar de las llamas- que centraliza las miradas, conforta a los menesterosos, acompaña a los solitarios y tranquiliza a los insomnes. Gracias a la televisión, las chabolas, las chozas, los sótanos y las ruinas tienen ventana y fuego; gracias a la televisión, las chabolas, las chozas, los sótanos y las ruinas son verdaderas casas donde la vida transcurre segura, libre y placentera.

La televisión es el triunfo de la casa, el poder doméstico transformado en fortaleza: una ventana bien enrejada y un fuego que nunca se apaga. Antes de darnos información, entretenimiento o imágenes, la televisión nos da seguridad. La recepción, pues, de las imágenes vendrá determinada por la seguridad superior derivada de esta falsa ventana y de este falso fuego.

-La televisión es una ventana pequeña o, más exactamente, una ventana que empequeñece las cosas que vemos a través de ella. Esta visión de las montañas, la guerra o la Revolución a escala no debe tomarse a broma; la insistencia de Kant en asociar el sentimiento de lo sublime al tamaño del objeto (que debe ser enorme, colosal, inabarcable) garantiza de algún modo la precedencia del espacio, la fragilidad del sujeto y la inconmensurabilidad de la experiencia. La "maqueta" ha sido siempre el recinto de intervención preferido del soberano -o el estratega-, donde hombres, montes y edificios se volvían manejables.

- La televisión es una ventana horizontal que induce una visión tecnológica descendente. Al contrario que el espectador de Caspar David Friedrich, diminuto enderezador de una mirada kantiana hacia lo grande y lo alto -el paisaje que literalmente lo envuelve-, el espectador televisivo, como Escipión o el oficial de aduanas, contempla de arriba abajo las imágenes diminutas y lejanas que se agitan en un rincón de su salón.

- La televisión es una ventana interior. Mientras que las verdaderas ventanas son límites y se las puede mirar, por tanto, también desde el exterior, la televisión está dentro de casa. La ventana, que nos protege de las amenazas, es al mismo tiempo el punto más vulnerable del edificio, por donde puede colarse el ladrón o penetrar la alimaña. A través de la televisión entran en el hogar el Estado, el comercio, el ejército, el juglar, la fauna, el vecino, los extremos todos de este imperio visual; entran sin conmover ni amenazar la seguridad doméstica. Todo se queda en la ventana; todo se convierte en casa, de manera que incluso la guerra, la Revolución, el volcán en el salón nos tranquilizan. Pequeña, horizontal, interior, a la televisión no hace falta ni siquiera asomarse. Las cosas ya no ocurren en el espacio, ya no ocurren fuera. El terremoto de Irán, los bombardeos de Bagdad, la exploración de Marte son experiencias íntimas; no se las contempla, pues, a través de la ventana: se las contempla a través de la cerradura. La televisión privatiza el mundo del que ya hemos sido privados en el exterior.

En este sentido, dicho sea de paso, la televisión no ha venido a superar el cine sino a matarlo y a matar con él la experiencia tecnológica de lo sublime. La obscuridad inquietante de la noche, la verticalidad de la visión, la sobredimensión de los objetos, el silencio sobrevenido, la envoltura sideral de las imágenes (a través de la pantalla celeste), las condiciones de la recepción cinematográfica fabrican una variante de espectador mucho más vulnerable en el espacio, sensible al menos al poder de la estupefacción; un espectador que ha debido además abandonar momentáneamente su casa, exponiéndose al asalto de la contingencia y renunciando, por tanto, a su seguridad imperial).

Todo lo dicho, creo, sugiere ya el parentesco visual que une al emperador y al espectador. Invisibilidad, inviolabilidad, inmovilidad. En una sociedad en la que el ciudadano es ininterrumpidamente atravesado por un poder que aumenta su capacidad de penetración visual a medida que se vuelve más infinitesimal y bacteriano, en la que el individuo es intervenido y registrado en el sustrato mismo de la vida, en la que desde el ADN al saldo bancario nuestra intimidad está más que nunca a la intemperie, el espectador dirige a la televisión una mirada sin reciprocidad, inalcanzable para el objeto de su visión. En una sociedad en la que la inseguridad aumenta en todos los niveles, en la que el trabajo y la vivienda han dejado de ser una evidencia, en la que las amenazas se han instalado en la propia cadena alimentaria (por no hablar de países en los que la guerra, el hambre o la ocupación minan todo horizonte de estabilidad cotidiana), la televisión vuelve invulnerable al espectador. En una sociedad en la que todo es precario, flexible, fluido, en la que los hombres son cada vez más movidos como arenisca en manos del vendaval, en la que circulación y velocidad resumen la existencia de las cosas (hasta el punto de que pararse puede resultar mortal), el espectador permanece inmóvil mientras todo lo demás se mueve en la televisión.

Puede muy bien concebirse la historia de la humanidad como una lucha de clases en la que una minoría ha siempre porfiado con éxito por conquistar, más allá de territorios, riquezas u honores, el derecho de mirar a la mayoría. El mundo de los que miran de verdad sigue siendo el de una minoría poderosa; esa minoría mira hoy a una mayoría... que mira a su vez la televisión. La televisión, pues, invierte ilusoriamente el reparto de soberanía, de manera que el mismo hombre desnudo, controlado y apriscado, desprovisto de todo instrumento de intervención, que acepta que su voto cada vez decida menos, asciende como espectador a esa cúspide de la pirámide social desde la cual, invisible e inmóvil, determina a distancia con su cetro fotoeléctrico el orden de lo visual. Que ese poder es ilusorio y -aún más- que es premeditadamente utilizado por la irresistible minoría bacteriana lo demuestra el hecho de que, por primera vez desde el Imperio Romano, el espectador se ha vuelto despreciable -y los bufones, a la inversa, admirables.



Extraído de
Televisión: cinco ilusiones y una propuesta
Santiago Alba Rico
En Revista Archipiélago nº 60 (Monográfico sobre televisión)
Santiago Alba Rico es un escritor, ensayista y filósofo español nacido en Madrid en 1960.

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