viernes, 18 de diciembre de 2020

APAGAR LA PANTALLA Y ENCENDER LOS LIBROS

 Puede pensarse, ya como un lugar común que el contexto de pandemia nos ha traído muchos cambios de diversa índole, no solo en el terreno educativo sino en la vida social en general. Los cambios nos han llevado de manera obligada a una nueva habilitación de prácticas y relaciones en la tarea educativa.

 


Pero ¿y qué sucede con los hábitos educativos de lectura y revisión de textos? La educación a distancia se ha tornado en un esfuerzo un tanto exagerado por hacernos creer que la tarea educativa continúa. Pero en todo ello, ¿Qué hay con los hábitos de lectura? ¿Qué con el espirito investigativo de los escolares? ¿Y qué sucede en la tendencia de acercarse y acompañar por parte de los docentes a los escolares a quién más lo necesitan?

 

El encender las pantallas ha desplazado a otras dispositivos que no son electrónicos y que han quedado desplazados en esta pandemia, ¿cuántos libros han abierto los escolares en estos meses y cuántos han leído?, ¿cómo están equipadas las bibliotecas familiares y qué tendencia tienen los escolares por consultar en formas que se reduzcan a las páginas de internet?

 

Me parece que la pandemia ha desplazado a los libros, los ha dejado en el algún rincón de los recuerdos o más bien de los olvidos. El libro cuya creación tiene más de 500 años en unos cuantos ha pasado a otro lugar, ya son muy pocas las referencias o las recomendaciones a partir de los encuentros vía zoom o meet por recomendar la lectura de algún texto en particular. Esto es grave en sí mismo, debido a que la pandemia deberá de pasar pero la estela de la no lectura tal vez quede. Es obvio decir que se han habilitado nuevas formas de acceder y de consolidar aprendizajes, tanto en la conexión con los docentes como en las consultas por internet, pero no olvidar que los libros son insustituibles.

 

Es importante animar a los escolares a que apaguen los dispositivos electrónicos y enciendan un buen libro de literatura o de otro género lo importante es leer en el formato tradicional.  ¿Cómo hacer para regresar a niños y niñas a que abran un libro y permanezcan frente a él y continúen y concluyan con el ejercicio de leer? Estamos ante un peligro inédito una nueva pandemia, la del analfabetismo funcional.

 

Combatámosla distribuyendo y animando la lectura en cualquier tipo de texto. Pedirles a los maestros que lean para animar a que los escolares a su cargo también lo hagan. Esta es la mejor forma de aniquilar cualquier tipo de virus.

 

 

 

 

Por Miguel Ángel Perez

Fuente de la Información: http://www.educacionfutura.org/apagar-la-pantalla-y-encender-los-libros/

 

lunes, 7 de diciembre de 2020

Pantallas

 El o la estudiante no puede ser un sujeto pasivo. Es algo que todas las personas docentes asumimos cada vez con mayor convicción, aunque casi siempre transformar la realidad en el aula es más una intuición que un hacer.

 


Toda esta situación pandémica es una bomba de apestosa podredumbre que nos ha estallado en las narices, poniendo al descubierto, sin tapujos, que nuestro sistema educativo no funciona, y ahora no tenemos escapatoria. Hay muchas formas de aprender; aprendemos por los sentidos. Antes nos veían y nos oían. Incluso nos olían. Hace poco, la novia de mi hijo recordaba cómo su profe de Matemáticas olía de lejos a mandarina, y a café, de cerca.

 

Hasta el segundo trimestre del curso pasado, nuestro alumnado hacía en clase. Departir relajadamente con un compañero era hacer. Quizá no el hacer que tocaba, pero era un hacer. Ahora, no. Durante la mitad del tiempo, solo nos oyen a través de un streaming (qué fue de la radio), pero no queremos que nos vean (compartimos pantalla: un power point; hasta para eso somos cutres, o no nos da la vida para más). A los profes nos da miedo exponer nuestra imagen (como si no nos hubieran grabado mil veces presencialmente en el aula). Sin embargo, nuestras criaturas exponen la suya constante, voluntaria y casi siempre, inconscientemente. Aunque no en la clase virtual: nadie enciende su cámara, porque eso implica tenerse delante, al natural, sin la posibilidad de seleccionar la foto tramposa y filtrada que acaba en Instagram. Implica reconocerse en uno mismo (¿a quién, siendo adolescente, le gustaba su imagen?) y además, exponerse a los otros.

 

En realidad, cualquier docente vocacional vive en los mundos de los unicornios rosa: queremos que las criaturas asistan voluntariamente a nuestras clases, ávidas de conocimiento; que se interesen por lo que tenemos que contarles. ¿Qué les ofrecemos? ¿Cómo los convencemos de que el conocimiento importa? Quizá haya quien se plantee que sí buscan y atienden en las clases grabadas de los superpedagogos, a pesar de que tampoco participan en ellas. No nos equivoquemos: asisten a esas superclases en YouTube para aprobar nuestros exámenes; no porque tengan ansia de saber. Nosotras, las docentes, debemos cargar con cierta responsabilidad en todo esto. Les hemos transmitido hasta la saciedad que deben estudiar para lograr un buen trabajo (¿qué es «un buen trabajo»?). El error es entender la escuela como lugar de perpetuación del sistema, en vez de lugar desde donde cambiar a mejor el sistema. O, incluso, donde inventar otro. Pretendemos que consuman nuestros contenidos, sin que ellos les garanticen nada laboralmente. Nada encaja, porque garantizar un futuro laboral no es, no debería ser el papel de la escuela. Nunca. En ningún caso.

 

Siempre les recuerdo el episodio de Los Simpson en el que el director Skinner castiga a Bart una vez más. «Ahora te quedarás aquí y te aburrirás», dice Skinner. Pero Bart confía: «Soy un niño; tengo mi imaginación». Pero Bart no es capaz de imaginar nada: solo recuerda imágenes de Rasca y Pica. «Maldita televisión», dice Bart. Las pantallas eliminan la imaginación; entregan la imagen final, sin ofrecer la oportunidad de que cada individuo la construya basándose en sus vivencias, su entorno y su individualidad.

 

Hasta ahora, las pantallas han sido nuestras enemigas. Hemos repudiado la cultura de la imagen, de la pantalla. Pero ha llegado la pandemia. Les pedimos que estén 3, 6 horas delante de una pantalla (seguimos en el empeño de imponer un horario encaminado a la necesidad de ir encauzándolos a un sistema productivo. Tiempos modernos. JA…). Pretendemos que estén 3, 6 horas, sin hacer nada. Solo escuchando absortos lo que nuestra sapiencia quiere transmitirles. Sin hacer nada. Ahora que ya van aceptando esta cosa llamada «nueva normalidad», quienes están en casa, delante de su pantalla, acceden al «nuevo aburrimiento». Les aburrían las clases presenciales y les aburren soberanamente las virtuales. El poco rato que atienden, los imagino con la cabeza apoyada en la mano, somnolientos, resoplando; levantándose a hacerse un Cola Cao (he oído la cucharilla al removerlo en la taza). Debe de ser insoportable. Son sujetos más pasivos que nunca. Fallan los contenidos, que no somos capaces de hacer atractivos. Falla la metodología (otra sacrosanta palabra del argot docente), porque no sabemos cómo dar clase a una pantalla en la que aparecen círculos con dos letras en su interior. Falla, estrepitosamente, el sistema. También el educativo, que pretende sustentarlo y retroalimentarlo. Y no sé si reinventarnos para alargar la agonía es la mejor solución.

 

 

Por: Mercedes López Pérez

Fuente

https://eldiariodelaeducacion.com/2020/11/12/pantallas/

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