domingo, 14 de agosto de 2011

La familia frente a la televisión

La televisión es el electrodoméstico que más influye en nuestra vida. No forma a las personas, “las formatea”, las prepara para su uso, o sea, terminamos viendo la vida con “los ojos de la televisión”. En el siguiente artículo se analiza los efectos de la violencia, las propagandas, la pasividad, el diálogo familiar, entre otros aspectos.

En las vacaciones se dan con mayor facilidad los espacios de tiempo en los que no hay tantas preocupaciones ni tanto trabajo por hacer, es decir, contamos con más tiempo libre; y esto se ve particularmente en los niños que ya sin tareas escolares a veces se la pasan viendo televisión; esto no es malo siempre y cuando se haga de manera responsable y con cierto control por parte de los padres.

La televisión, como cualquier cosa, si no es utilizada de manera sabia, útil, y consciente, se ha de convertir en un auténtico enemigo de la persona humana, del matrimonio y de la familia, con sus repercusiones inmediatas en la sociedad. Si se emplea inmoderadamente, sin criterios y según el gusto de los usuarios, puede propiciar graves consecuencias.

Cuando los niños se la pasan frente al televisor en una actitud pasiva, es decir, sin hacer ningún esfuerzo, poco a poco se va atrofiando su capacidad creativa. Su imaginación se convierte en un reproductor de las imágenes percibidas en la tele, perdiendo la inventiva personal. Además, nos encontramos con problemas en la voluntad de los niños, pues la televisión exige nada o casi nada de esfuerzo. Si el niño pasa tantas horas de esta manera, se acostumbrará profundamente a no realizar ningún trabajo durante el resto del día. Esto dañará fuertemente la formación de hábitos y su rendimiento diario será casi nulo, pues no tendrán ganas de hacer nada. Se desarrollará en ellos una dependencia de la pequeña pantalla, pues sin esta no sabrán qué hacer, la necesitarán para estar contentos.

La excesiva publicidad alentará al niño a querer tantas cosas, que aún y cuando las tenga, no se sentirá satisfecho, pues deseará cada vez más y más, según lo que la televisión y sus comerciales le ofrezcan. El constante tormento de publicidad hará que la criatura vea como norma de vida al consumismo. Se creará en él la necesidad de adquirir productos, creando de forma muy arraigada la cultura materialista.

Otra grave consecuencia que produce en nuestros hijos, es el verse expuestos indefensamente a la violencia, a la pérdida de valores. Si un niño ve diariamente muchos actos violentos, pronto su vida se desarrollará en este sentido.
Por otra parte, los padres no están exentos a las consecuencias que vimos que aparecen en los hijos.

La televisión puede llegar a sustituir a la relación y al diálogo entre los padres, ya que es más fácil presentar atención a la televisión lo cual no requiere de ninguna dificultad. Recordemos que para que se desarrolle el diálogo es necesario realizar un esfuerzo.
Si los padres usan sin medida y sin criterio la televisión, poco a poco se irán adoptando los comportamientos de los artistas, de los personajes que en ella se presentan. Es decir, la televisión y sus actitudes se convertirán en norma de vida para ellos: la visión del matrimonio, del sexo, de las costumbres, de los principios de vida y los valores serán los que la tele presente.

Cada día se despertará en los padres la dependencia de la tele, a tal grado que el tiempo que pasen juntos será solo frente al televisor. ¿Cuántas horas se perderán para el crecimiento, para planear juntos, para dialogar y acercarse mutuamente si la pequeña pantalla es el centro de los dos?

La televisión, si se emplea indiscriminadamente, también deja en la familia algunas consecuencias graves. Sobre todo el influjo televisivo se deja sentir cuando se convierte en el motivo de la convivencia familiar. Generalmente, cuando los padres y los hijos están viendo la tele, la convivencia entre éstos se limita a compartir un espacio físico y atender al mismo objeto. No hay convivencia, sino simplemente cohabitación.
Es de especial peligro cuando la televisión está encendida durante la comida. Ese momento privilegiado del día para convivir familiarmente, participar, comentar y relacionarse se somete al dominio de la pequeña pantalla, pues la atención de todos está concentrada en las imágenes y en el sonido producido por ésta. El sentido de reunión familiar se convierte en espectadores pasivos que no se interrelacionan. Más aún, hay molestia cuando alguno de los presentes habla y no deja oír a la tele, o se levanta y tapa la visión.

Hay muchas actividades que podemos hacer en vez de ver la televisión. La televisión debe ser un instrumento en manos de los padres, quienes sobre la base de valores compartidos, pueden comentar con sus hijos lo malo y lo bueno de cada personaje o situación que se da en el programa. Por lo tanto, no dejemos un instrumento tan valioso en manos de la libre interpretación de nuestros hijos o de sus amigos y tengamos en cuenta que el efecto que la televisión tenga en nuestros hijos dependerá en mucho del uso que le demos.

"Un niño meditando en su oración, concluyó:
Señor, esta noche te pido algo especial... Convertirme en un televisor, quisiera ocupar su lugar. Quisiera vivir lo que vive la tele de mi casa. Es decir, tener un cuarto especial para mí y reunir a todos los miembros de mi familia alrededor mío.
Ser tomado en serio cuando hablo. Convertirme en el centro de atención al que todos quieran escuchar sin interrumpir ni cuestionarle. Quisiera sentir el cuidado especial que recibe la tele cuando algo no funciona...
Tener la compañía de mi papá cuando llega a casa, aunque esté cansado del trabajo. Que mi mamá me busque cuando esté sola y aburrida, en lugar de ignorarme. Que mis hermanos se peleen por estar conmigo...
Y que pueda divertirlos a todos, aunque a veces no les diga nada. Quisiera vivir la sensación de que lo dejen todo por pasar unos momentos a mi lado. Señor no te pido mucho. Solo vivir lo que vive cualquier televisor..."


Fuente
El siglo de Durango
Por: FAMILIAS Y FAMILIAS /
CLAUDIA MARÍA SIMENTAL

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