Una investigación de la Universidad de Chile reveló que los niños que tienen televisión en la pieza exigen más compras y regalos.
Durante las últimas décadas se ha discutido largo y tendido sobre la influencia de la televisión en los niños. Esta preocupación no es casual. Canales con programación dedicada 24 horas a un público infantil o la enorme cantidad de horas que los pequeños pasan frente al televisor ha hecho que surja la pregunta por los efectos negativos o positivos de esta nueva realidad. Según el informe "Los teens chilenos" (niños entre ocho y 13 años de edad) del Consejo Nacional de Televisión, la actividad preferida en los momentos libres de los niños es ver televisión: un 85% declara que a eso se dedica cuando vuelve del colegio y no tiene tareas por hacer.
Basta encender el televisor un par de semanas antes del Día del Niño o Navidad para darse cuenta de que los publicistas tienen claro el impacto de la pantalla sobre los niños: robots, muñecas, juegos de video y un cuanto hay bombardean los comerciales de cualquier canal, para intentar que los hijos convenzan a sus papás de regalarles el que esté más de moda.
Una investigación de la Escuela de Negocios de la Universidad de Chile confirmó que la publicidad afecta a los niños, pero ese no fue el resultado más sorprendente. El grupo llegó a la conclusión de que el factor que más interviene sobre las peticiones que los niños hacen a sus padres es tener un televisor en su pieza.
El estudio "Publicidad y peticiones de los niños: el rol de la edad y la presencia del televisor en las habitaciones de los niños", dirigido por el académico y Ph.D. Rodrigo Uribe, fue realizado durante el mes anterior al Día del Niño de 2006 y demostró que aquellos niños que cuentan con uno de estos aparatos en su dormitorio tienden a pedir más productos o servicios que han aparecido en la televisión. Eso, en comparación con aquellos que ven TV en lugares compartidos de la casa.
Fueron casi 500 niños de segundo, cuarto y sexto básico los analizados, a quienes se les preguntó cuántos regalos les habían pedido a sus padres basándose en lo que habían visto en la televisión. Un 28% de los niños sin televisor "propio" había cedido a la tentación de la pantalla y había solicitado un producto visto en un comercial. Pero en el caso de aquellos que tenían el aparato a su completa disposición y podían encenderlo a la hora que quisieran, solos o acompañados, el 45% había pedido uno o más regalos inspirado en la publicidad televisiva.
Elementos como el grupo socioeconómico, el sexo o tener acceso a la televisión pagada no inciden tanto en la necesidad de consumo de los niños, como tener un televisor "propio" y la edad. Bajo los siete años, un 62% de los niños pide regalos publicitados por televisión, cifra que cae al 43% entre los ocho y los 10 y decae definitivamente sobre los 11 años, cuando sólo un 14% de los niños basa sus peticiones en lo que les ofrece la publicidad.
SIGNO DEL ESTILO FAMILIAR
Para Rodrigo Uribe, que los niños pidan más cosas a sus padres no sólo está determinado por tener o no televisor en la pieza: "Si así fuera, se podrían solucionar todos los problemas asociados al consumo mediático -como aumento de la obesidad o baja en el rendimiento académico- simplemente sacando los aparatos de las piezas", argumenta. Estos resultados encubren la realidad de cada hogar, donde tener el privilegio de ver televisión sin control adulto puede darse por una conducta general más relajada de los padres, lo que alienta que los niños pidan con más libertad.
Con esto coincide Mónica Peña, coordinadora del Programa de Protagonismo Infanto Juvenil de la Facultad de Psicología de la UDP, quien plantea que los niños que tienen un televisor en la habitación gozan de cierta autonomía y, por ende, se podrían relacionar con sus padres no desde la sumisión, sino desde la negociación. Esto, dice, debe ser entendido no sólo como la adquisición de objetos, sino también como una forma de expresar gustos y opiniones, en una época donde consumir tiene un lugar preponderante en la vida de las personas.
EL ROL DE LOS PADRES
Si bien la tendencia a contar cada vez con más aparatos electrónicos es mundial, los chilenos estamos a la cabeza de la adicción por la televisión. "La generación interactiva en Iberoamérica", un estudio realizado por la Fundación Telefónica en 2008, demostró que Chile y Venezuela destacan por equipar principalmente el dormitorio de los niños. De los hogares con niños entre los seis y los nueve años, 60% tiene televisores en las piezas de los más chicos.
La investigación de la Universidad de Chile probó que en este frente el rol de los padres es clave, pues su compañía activa -opinando, guiando- disminuye la petición compulsiva de productos ofrecidos en la pantalla. Rodrigo Uribe cree que los padres deben fomentar una visión crítica de lo que aparece en la televisión, no sólo los comerciales. "La publicidad no sólo se encuentra ahí, sino también camuflada en los contenidos y el posicionamiento de productos dentro de los programas", dice, y recalca que no se trata de prohibir que los niños vean televisión, sino de hacerles entender que no pueden creer todo lo que ven.
Y los padres deben predicar con el ejemplo. Mónica Peña asegura que los padres deben operar con un discurso que baje la importancia de los mensajes que entrega la televisión, recordándoles que es un reflejo exagerado de la realidad, pero también ser capaces de actuar con el ejemplo. "No saco nada con decirle que no va a ser mejor persona si usa tal cosa, si cuando veo las noticias y aparece alguna relativa a 'la delincuencia' me pongo a hablar automáticamente de lo terrible que es vivir en Chile", puntualiza.
Del diario La Tercera
por Jennifer Abate, para el suplemento de Tendencias - 24/10/2009 - 10:11
http://www.latercera.com/contenido/741_194598_9.shtml
martes, 27 de octubre de 2009
domingo, 18 de octubre de 2009
La incomunicación, según Galeano
En una de esas cadenas de mails, me llegó esta presentación, atribuida a Eduardo Galeano, el ella habla de la incomunicación derivada del uso monopólico de los medios, y como ello deriva en situaciones tiránicas. Como me pareció buena, la comparto con ustedes, espero que les guste
La Incomunicacion - Galeano
La Incomunicacion - Galeano
martes, 6 de octubre de 2009
LOS RIESGOS DE ABUSAR DE LA TECNOLOGÍA
La hiperconexión ya es una patología
¿Qué ocurre cuando chequear el mail, entrar en Facebook o hablar por celular se vuelve una adicción? En Latinoamérica, el 15% de la población activa vive online y la tasa no para de crecer. Testimonios
Un empresario al que la mujer le hace escenas de celos por culpa de su laptop. Un comerciante que aún en sus momentos libres palpa su bolsillo obsesivamente para ver si tiene el teléfono móvil. Una mujer que no concibe cómo sus padres pudieron sobrevivir en un mundo sin celulares, libres pero inubicables. Muchos adultos argentinos padecen –porque lo viven como algo negativo– el hecho de estar hiperconectados. Así lo revela un informe del centro de estudios del estrés y la ansiedad Hémera.
¿Y si en vez de hacer más cómoda la vida y, por consiguiente, más feliz a la gente, los dispositivos de comunicación que cimientan la sociedad actual alienaran y produjeran dependencia, casi como una droga? ¿Dónde está el delgado límite entre el aprovechamiento sano de las tecnologías digitales de comunicación y el exceso que enferma, esclaviza y provoca ansiedad? Por interrogantes como esos rumbea el informe que destaca que, además, la hiperconexión puede provocar el efecto contrario al deseado: la desconexión. No con el mundo exterior, ni con el otro, que atenderá en el segundo exacto que se pretenda, esté donde esté, sino con uno mismo. “Creo que es imposible quedar al margen de la vida internetizada, ya que de algún modo implicaría quedar por fuera del sistema, y más allá de lo ideal, esto es real –señala la doctora Gisela Holc–. Ahora, lo que sí nos podemos plantear es la medida: cuál es el punto justo para no caer en el exceso. El desafío sería encontrar el punto de equilibrio”.
La especialista propone el ejercicio de pensar o imaginar como se podría vivir “sin la aparatología de la comunicación” y si bien aclara que es algo “casi difícil de imaginar” sugiere recurrir a la memoria de otros tiempos –no tan remotos- , los de los padres y abuelos, cuando no existían ni celulares, ni MSN, ni Facebook. Y nadie se moría, claro.
La hiperconexión, explica el informe, se origina no sólo en la posibilidad para prácticamente toda la población de adquirir tecnologías que prometen hacer todo más fácil, sino también por la dinámica propia de “los tiempos actuales” que sumergen a la gente en una “rutina aturdida de actividades y demandas, laborales, sociales, familiares, de todo tipo”. Cuando aparecen síntomas físicos y emocionales, a los hiperconectados se les prende una señal de alerta. Muchos sienten la necesidad de recurrir a algún tratamiento que les devuelva la paz mental que les sacó, por ejemplo, el celular. Las soluciones pasan por apretar el freno.
“Poder parar y pensar. Parar y sentir. Parar y hacer. Hacer disfrutando”, explica Holc que amplía esta suerte de razonamiento dialéctico: “Poder recuperar la capacidad del placer es un desafío que en estos tiempos de crisis e incertidumbres parecería perder lugar, pero si perdemos el sentido de nuestras vidas, caemos en el vacío, y el vacío es angustia, genera ansiedad. Podemos recuperarlo para ser nosotros mismos los dueños y administradores de nuestras vidas, para poder ser personajes principales en nuestras propias biografías”, concluye Holc, poniendo en escena el efecto de escisión entre la vida externa y la propia (anulada) que generan los dispositivos de comunicación. Según varios estudios, en Latinoamérica, el 15% de la población activa está hiperconectada y la tasa no para de crecer. En el país, el número de celulares ya superan a la población, es decir, hay más de cuarenta millones. Los usuarios de internet son veinte millones y la mitad tiene cuenta de MSN.
“No me imagino desconectada”
Mariana (42) es profesional y madre de dos hijos en edad escolar. El fenómeno de los hiperconectados, del que se siente parte, le genera el interrogante de cómo pudo haber existido un tiempo en el cual se podía sobrevivir sin celulares. Dice sorprendida Mariana: “¡Cómo hacían antes mis padres para ir al cine, dejarnos al cuidado de otro adulto, e ir a pasear sin celular!”. Un abismo la separa de aquellos años: “Yo no puedo imaginarme ir a trabajar sin siquiera estar conectada”. Mariana cree que la hiperconexión llegó para quedarse.
“A donde vaya, llevo mi laptop”
Germán (43 años) está al frente de una empresa familiar y se asume hiperconectado. Tiene un celular para lo laboral y otro para la vida social. “Hay momentos en que me suenan los dos teléfonos juntos y no puedo atender al mismo tiempo. Cuando no pierdo una llamada de un teléfono, la pierdo del otro –cuenta Germán–. Los fines de semana llevo mi laptop a donde vaya, es como mi pareja, me la llevo al club, de vacaciones, donde vaya. Es alguien más de la familia. ¡Al punto que a veces mi mujer me hace escenas de celos de la lap!”.
Fuente
http: //www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=28308
29 de julio de 2009
¿Qué ocurre cuando chequear el mail, entrar en Facebook o hablar por celular se vuelve una adicción? En Latinoamérica, el 15% de la población activa vive online y la tasa no para de crecer. Testimonios
Un empresario al que la mujer le hace escenas de celos por culpa de su laptop. Un comerciante que aún en sus momentos libres palpa su bolsillo obsesivamente para ver si tiene el teléfono móvil. Una mujer que no concibe cómo sus padres pudieron sobrevivir en un mundo sin celulares, libres pero inubicables. Muchos adultos argentinos padecen –porque lo viven como algo negativo– el hecho de estar hiperconectados. Así lo revela un informe del centro de estudios del estrés y la ansiedad Hémera.
¿Y si en vez de hacer más cómoda la vida y, por consiguiente, más feliz a la gente, los dispositivos de comunicación que cimientan la sociedad actual alienaran y produjeran dependencia, casi como una droga? ¿Dónde está el delgado límite entre el aprovechamiento sano de las tecnologías digitales de comunicación y el exceso que enferma, esclaviza y provoca ansiedad? Por interrogantes como esos rumbea el informe que destaca que, además, la hiperconexión puede provocar el efecto contrario al deseado: la desconexión. No con el mundo exterior, ni con el otro, que atenderá en el segundo exacto que se pretenda, esté donde esté, sino con uno mismo. “Creo que es imposible quedar al margen de la vida internetizada, ya que de algún modo implicaría quedar por fuera del sistema, y más allá de lo ideal, esto es real –señala la doctora Gisela Holc–. Ahora, lo que sí nos podemos plantear es la medida: cuál es el punto justo para no caer en el exceso. El desafío sería encontrar el punto de equilibrio”.
La especialista propone el ejercicio de pensar o imaginar como se podría vivir “sin la aparatología de la comunicación” y si bien aclara que es algo “casi difícil de imaginar” sugiere recurrir a la memoria de otros tiempos –no tan remotos- , los de los padres y abuelos, cuando no existían ni celulares, ni MSN, ni Facebook. Y nadie se moría, claro.
La hiperconexión, explica el informe, se origina no sólo en la posibilidad para prácticamente toda la población de adquirir tecnologías que prometen hacer todo más fácil, sino también por la dinámica propia de “los tiempos actuales” que sumergen a la gente en una “rutina aturdida de actividades y demandas, laborales, sociales, familiares, de todo tipo”. Cuando aparecen síntomas físicos y emocionales, a los hiperconectados se les prende una señal de alerta. Muchos sienten la necesidad de recurrir a algún tratamiento que les devuelva la paz mental que les sacó, por ejemplo, el celular. Las soluciones pasan por apretar el freno.
“Poder parar y pensar. Parar y sentir. Parar y hacer. Hacer disfrutando”, explica Holc que amplía esta suerte de razonamiento dialéctico: “Poder recuperar la capacidad del placer es un desafío que en estos tiempos de crisis e incertidumbres parecería perder lugar, pero si perdemos el sentido de nuestras vidas, caemos en el vacío, y el vacío es angustia, genera ansiedad. Podemos recuperarlo para ser nosotros mismos los dueños y administradores de nuestras vidas, para poder ser personajes principales en nuestras propias biografías”, concluye Holc, poniendo en escena el efecto de escisión entre la vida externa y la propia (anulada) que generan los dispositivos de comunicación. Según varios estudios, en Latinoamérica, el 15% de la población activa está hiperconectada y la tasa no para de crecer. En el país, el número de celulares ya superan a la población, es decir, hay más de cuarenta millones. Los usuarios de internet son veinte millones y la mitad tiene cuenta de MSN.
“No me imagino desconectada”
Mariana (42) es profesional y madre de dos hijos en edad escolar. El fenómeno de los hiperconectados, del que se siente parte, le genera el interrogante de cómo pudo haber existido un tiempo en el cual se podía sobrevivir sin celulares. Dice sorprendida Mariana: “¡Cómo hacían antes mis padres para ir al cine, dejarnos al cuidado de otro adulto, e ir a pasear sin celular!”. Un abismo la separa de aquellos años: “Yo no puedo imaginarme ir a trabajar sin siquiera estar conectada”. Mariana cree que la hiperconexión llegó para quedarse.
“A donde vaya, llevo mi laptop”
Germán (43 años) está al frente de una empresa familiar y se asume hiperconectado. Tiene un celular para lo laboral y otro para la vida social. “Hay momentos en que me suenan los dos teléfonos juntos y no puedo atender al mismo tiempo. Cuando no pierdo una llamada de un teléfono, la pierdo del otro –cuenta Germán–. Los fines de semana llevo mi laptop a donde vaya, es como mi pareja, me la llevo al club, de vacaciones, donde vaya. Es alguien más de la familia. ¡Al punto que a veces mi mujer me hace escenas de celos de la lap!”.
Fuente
http: //www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=28308
29 de julio de 2009
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