lunes, 22 de julio de 2013

La ilusión de totalidad que da la televisión


La televisión nos crea una sensación que todo está al alcance de nuestra vista, pero ¿Podemos ver todo? ¿Qué significado tiene esto? ¿Significa que lo que no aparece en pantalla, no existe? ¿Influye esta creencia en nuestros juicios? 



Un centro inmóvil que lo ve todo y que está al mismo tiempo en todas partes, un espectador a la vez panóptico y panorámico cuya mirada coincide sin residuos con la existencia misma: la cámara se apoya en su objetividad material, bajo el modelo imperante, para convertirse en un activador ontológico con ambiciones de totalidad. La falsa seguridad y la falsa familiaridad de la televisión alimentan una doble ilusión holográmica. Por un lado, está la convicción de que todo lo que podemos técnicamente, lo podemos también -lo debemos- humana y culturalmente sin ninguna consecuencia.

Podemos ver, pues, todo lo que podemos ver. De todas las tentaciones, la única verdaderamente irresistible es la de mirar; podemos taparnos los oídos para no escuchar un chirrido, pinzarnos la nariz para evitar el olor de una alcantarilla, rechazar el sabor de la hiel o negarnos a tocar una viscosidad o una aspereza. Pero no podemos dejar de mirar. Todas las culturas de la tierra han llamado la atención, a través de mitos o leyendas, sobre los peligros de mirar indiscriminadamente, sobre las terribles consecuencias de sorprender con la mirada ciertas criaturas o situaciones privilegiadas cuyos beneficios son indisociables de su incomparecencia o cuyo horror fundamental debe mantenerse inconsciente. Acteón, la mujer de Lot o la de Barba Azul, Psiqué, la Melusina, la propia Gorgona, el castigo para los voyeur es la pérdida de la felicidad o - transformados en criaturas más vulnerables- la pérdida de la vida. Aún no sabemos qué consecuencias puede tener para la razón la posibilidad de "imaginar" técnicamente de un modo ilimitado; lo cierto es que esta posibilidad tecnológica se ha convertido ya en un mandamiento visual, de manera que estamos obligados a ver todo lo que la cámara nos permite ver.

La cámara ha levantado el tabú selectivo de la visión que Dios había establecido y se ha convertido, y convertido con ella al telespectador, en la verdadera divinidad. Esta potencia totalitaria de la televisión convierte a la nuestra en la primera sociedad de la tierra que puede mirar impunemente todo lo que ella puede registrar analógicamente o recrear digitalmente, lo que equivale a decir todo . Es la primera sociedad que puede sentir placer (y no el dolor de una metamorfosis vulneradora) viendo cosas que, bien pensado, preferiría que no estuvieran ocurriendo o que jamás aprobaría. Y habría que preguntarse, pues, si no hay ciertas clases de mal que sólo podemos combatir, rechazar y eliminar; de las que sólo podemos salvarnos, y salvar a los demás, negándonos -como en los cuentos- a mirarlas. O aceptando, a cambio, el castigo de los dioses.

Pero esta liberación totalitaria de la mirada es inseparable de la convicción presupuestaria de que todo lo que podemos ver es todo lo que podemos ver. Me refiero a la certeza casi orgánica de que hay una imagen para todas las apariciones, de que dondequiera que haya algo hay también una cámara, de que pertenece a la naturaleza de las cosas germinar sólo en la pantalla. La invasión atmosférica de la imagen televisiva, la aceleración y penetración de sus imágenes como resultado, al mismo tiempo, de los avances tecnológicos y de la competencia capitalista en el sector audiovisual, se suman a la interiorización subjetivo-doméstica del punto de vista de Dios o del Emperador para consumar la suplantación definitiva del mundo por parte de la pantalla.

La ilusión de que podemos ver todo lo que ocurre en la televisión se corresponde con esta otra de que todo lo que ocurre lo podemos ver en la televisión. Que lo que no aparece en la pantalla no existe no es el truco de un demonio deceptor; es una evidencia activa, la "síntesis" perceptiva a partir de la cual ordenamos nuestras relaciones, elaboramos nuestros juicios y construimos nuestras acciones. Los límites de nuestra visión "protésica" -por decirlo con Stiegler- son ya los límites ontológicos de nuestro mundo. Pero esta es justamente la prisión de Dios: todo lo que no podemos ver no ha nacido ni nacerá nunca.



Extraído de
Televisión: cinco ilusiones y una propuesta
Santiago Alba Rico
En Revista Archipiélago nº 60 (Monográfico sobre televisión)
Santiago Alba Rico es un escritor, ensayista y filósofo español nacido en Madrid en 1960.

viernes, 12 de julio de 2013

La ilusión de comunidad al ver televisión (y de espacio público)


¿En qué consiste la “ilusión de comunidad” al ver televisión? ¿Cuál es el sentido actual de “espacio público”? ¿Forman una comunidad 500 millones de personas mirando por la televisión, una final de fútbol? Mientras tanto ¿Cómo se toman las decisiones?



Pero la televisión no es solamente aquello que todavía podemos comprender y donde aún funcionan nuestras categorías culturales neolíticas; es, además, casi lo único que compartimos, el último espacio común en el que estamos virtualmente reunidos. Si somos aún una sociedad no es por lo que hacemos juntos sino por lo que miramos por separado; incluso si cada uno las contemplamos desde nuestra habitación y con la puerta cerrada, la idea de "comunidad" subsiste en el hecho de que todos miramos las mismas cosas al mismo tiempo. Hay algo muy impresionante y casi aterrador en la imagen de ochocientos millones de personas, de espaldas los unos a los otros, contemplando en el mismo instante el mismo lance de futbol. Pero no puede negarse que esta forma de girar simultáneamente la cabeza es hoy por hoy lo más semejante que tenemos a una constitución mundial.

En una sociedad en la que las plazas han sido desalojadas, horadadas y selladas con cemento, el botellón proscrito, las manifestaciones enlatadas y hasta el libre comercio policialmente expulsado de las aceras, la televisión se ha convertido en el último vestigio de una Asamblea: allí nos reunimos y allí se originan la mayor parte de nuestras conversaciones de la delgadísima hora del café, durante la cual nuestros personajes familiares se convierten en cuestiones de Estado mucho más polémicas que el último presupuesto o la última ley del Parlamento.

En una sociedad en la que la política se hace en búnkers subterráneos o comisiones invisibles, en la que la privatización inexorable de los recursos comunes es acompañada del desprestigio irreparable de "pueblos", "partidos", "sindicatos" y hasta "tabernas" (por no hablar de la calle misma, reducida a corredor celerísimo de pulsiones comerciales) y en la que el término "publicidad" ha dejado de evocar la condición revolucionaria de todo "espacio político" -como en 1789- para significar tan sólo la invasión de éste por parte del interés privado, la televisión conserva una sombra torcida de la polis -con algo también de mezquita y de templo- en la que, junto al plebiscito pasivo de las audiencias, el espectador decide en democracia directa, pulgar abajo o pulgar arriba, la suerte de los que se disputan bajo el haz de luz sus favores. Por lo demás, el "glamour" de los presentadores, el carisma del payaso de moda, la fascinación de la estrella mediática derivan de su inscripción en el aura de este espacio público, de acuerdo con el tan banal como siempre olvidado principio de Hannah Arendt, según el cual una verdad privada es siempre menos convincente que una mentira pública y esto sencillamente porque las primeras son privadas y las segundas públicas. Por eso, dicho sea de paso, la "publicidad" persuade: la diferencia que hay entre un charlatán de barraca que vende pócimas y un anuncio de perfumes en televisión es sencillamente que uno miente ante poca gente y otro miente ante todo el mundo; que uno miente cara a cara y el otro separado de nosotros por una transparencia colectiva; que uno miente con medios artesanales y el otro con medios industriales.

Se percibirá, en cualquier caso, todo el peligro de que el espacio público, contra un horizonte de "fuerzas impersonales" y decisiones subterráneas, quede aprisionado en una subcultura que restablece a pleno horario la "oralidad" neolítica con todas sus servidumbres psicológicas; es decir, el peligro de que la "autoridad" emanada de la "publicidad" se inscriba en un recinto de falsa familiaridad antropológicamente pre-escriturario en el que las adhesiones fiduciarias e incondicionales impiden la distancia desacralizadora del análisis y la crítica. Políticamente, las consecuencias naturales de este retorno televisivo al pasado más remoto son Berlusconi y la consiguiente "berlusconización" por contagiosa rivalidad de toda la clase y la actividad políticas, orientadas ahora hacia un electoralismo permanente al estilo romano (ver, por ejemplo, los consejos de Quinto Tulio Cicerón a su célebre hermano Marco en su Commentariolum petitionis).



Extraído de
Televisión: cinco ilusiones y una propuesta
Santiago Alba Rico
En Revista Archipiélago nº 60 (Monográfico sobre televisión)
Santiago Alba Rico es un escritor, ensayista y filósofo español nacido en Madrid en 1960.

martes, 2 de julio de 2013

Ideología mediática y educación, ¿influyen en la construcción y mantenimiento de la desigualdad social?

Vivimos en sociedades con profundas desigualdades ¿Los fenómenos que producen los medios de comunicación son neutrales? ¿No tienen nada que ver con la desigualdad?  ¿En qué consiste el poder de los medios? ¿Transmiten o crean subjetividades? ¿Quiénes indican de qué manera “vivir la vida”? ¿Qué ideologías implican las novelas y los noticieros? En las escuelas ¿Qué valores sostiene el “currículum oculto”? ¿Se trata de neutralidad o reproducción del status quo? ¿Cómo reorganizar la Educación?
 


Los anuncios, la música, las imágenes de la radio- difusión y la televisión van, como una gota de agua permanente sobre una piedra por dura que ésta sea, penetrando en los radioyentes y televidentes hasta conformarlos a su medida. Un doble instrumento educativo que todos tenemos en nuestros hogares, por pobres que ellos sean, que va creando, quizá sin darnos cuenta, un determinado tipo de hombre… (Leopoldo Zea)

Este ensayo es una aproximación teórica que busca conocer y analizar el escenario de la ideología mediática dominante en México, y su posible relación con la estructuración de la desigualdad social. En el reconocimiento de que la neutralidad política en los fenómenos sociales es una contradicción lógica, es importante indagar sobre el rol que desempeñan los actores sociales en la dinámica emergente de la construcción social de la realidad, pues es a partir de la revisión constante de los discursos mediáticos y educativos que dominan las representaciones sociales de nuestra época, que podemos constituir mecanismos conceptuales para abordar su complejidad y develar así, sus funciones políticas en el entramado multiforme de nuestra sociedad.

Es bien conocido que una de las demandas más importantes para el desarrollo social por parte de la ciudadanía latinoamericana, ha sido la consolidación democrática como parte fundamental de la distribución justa del poder y así del resarcimiento de las profundas desigualdades económicas, cuestión que hasta el día de hoy, no ha sido satisfecha:

En la mayor parte de los países latinoamericanos se han introducido profundas reformas en los órdenes económicos y político-institucionales. El balance de estas reformas en términos de reducción de pobreza y mejoras en la distribución de ingresos no ha sido, hasta ahora, satisfactorio. (Sequín, 1997)

Este rezago, entonces, ha implicado mayores exigencias ciudadanas hacia la apertura de espacios para la participación social. En el proceso subyacente a esta urgencia, han nacido también intrincados y diversos debates sobre el planteamiento de nuestra identidad cultural, y a partir de ellos, el análisis sobre la influencia que puede ejercer la presencia de diversas realidades en el espacio mediático en el que circunda la vida social.

Según el crítico cultural Giroux, “el poder de los medios para construir formas particulares de subjetividades y de ciudadanos reside en su capacidad para restringir el poder de otras consideraciones e imágenes, opcionales, en cuanto a lo que significa el ser un ciudadano”. Surge así un cuestionamiento particular del discurso mediático, sobre el grado de influencia y sus consecuencias sobre el imaginario social, al grado en que diversos investigadores proponen que su poder de influencia ha desplazado o por lo menos compite con el de la educación formal.

Problematización de la ideología dominante y de su relación con la desigualdad social
Quisiera en este contexto hacer una diferenciación conceptual que nos permita extrapolar una definición de ideología útil para situar esta investigación. Según Villoro, el concepto de ideología supone un conjunto de creencias y actitudes que son condicionadas por grupos sociales o por las fuerzas de producción que prescriben reglas de comportamiento a los integrantes de tal grupo. Su concepción estricta supone que la diferencia básica entre ideología y conocimiento, es que la ideología no está suficientemente justificada en razones válidas y que tiene la función de conservar el poder en ese grupo. Para justificarse, las ideologías utilizan argumentos de autoridad, tradiciones, prejuicios o convenciones, pues su razón no resiste la argumentación crítica. Por ello propone Villoro que existen dos formas de pensamiento:

El pensamiento reiterativo confirma las relaciones sociales existentes, mantiene la continuidad y el orden. El pensamiento disruptivo establece la diferencia, postula un ordenamiento racional, su tarea es labrar en la realidad existente, otra. Podríamos llamar a esa forma de pensamiento "constructiva". Quien construye con la materia una nueva realidad no repite su forma, tampoco aniquila el material que utiliza, lo conserva, potencia sus cualidades, para transformar su estructura conforme a un nuevo proyecto.

La forma de pensamiento de la ideología mediática, entonces, es la reiterativa, en el sentido de que busca perpetuar y reforzar las formas establecidas y dominantes del poder sobre cómo entender el mundo. Pregona así la acriticidad, el univocismo y la apatía. La ideología mediática perpetúa el status quo de la ideología política.

Dentro de los medios, la televisión ha cobrado especial importancia, y representa la vía mediante la cual circulan programas elaborados en realidades culturales ajenas y por tanto reforzadoras de intereses ajenos a los nuestros. Hacia 1980, Beltrán y Fox, en la síntesis de los resultados de una serie de estudios de diversas partes del mundo, descubrieron que en Latinoamérica, por lo menos dos terceras partes del tráfico de noticias relativas a la región, provienen de agencias norteamericanas de información, y que en México, de 170 agencias publicitarias existentes en el país, sólo cuatro son de manos mexicanas, y las demás norteamericanas. El mismo documento reveló que la mayoría de los estudios sobre mercadeo y opinión pública en Latinoamérica los llevan a cabo firmas de Estados Unidos, así como que más del 50% de las películas cinematográficas, una tercera parte de los programas televisivos, gran parte de la música y libros que se transmiten o distribuyen en la región, son importados de Estados Unidos. Tal cuestión, de manera fundamentada, tiene visos de ser una especie de neocolonialismo mediático.

La programación televisiva, específicamente la producida en México, tampoco ha sido la excepción. Es vox populi el poder del consorcio duopólico que representan Televisa y Tv Azteca. A través de estas dos televisoras, algunas de las representaciones mediáticas más relevantes y más acudidas, aparte de los deportes y espectáculos, son las telenovelas y las noticias. Toussaint describió ideológicamente la estructura de estos dos últimos ambientes:

La estructura del melodrama, que va directamente al corazón, es muy dúctil a los propósitos que van más allá del entretenimiento. La telenovela no sólo representa la reafirmación de un papel social determinado por el sexo, también incluye en sus historias todas las aspiraciones que deben manifestarse para concordar con discriminaciones de clase, con intencionalidades políticas, con arreglos sociales. La burguesía representa el modelo de vida ideal. Sus valores y símbolos son la meta hacia la cual hay que tender. El éxito o fracaso de una vida se mide en relación directa con la distancia entre el personaje y su modelo burgués.

Por otra parte, los noticieros los describe así:
Estos programas son foros que lo mismo sirven para dar a la publicidad a una cantante fabricada por la división artística de la emisora que para atacar medidas de política gubernamental. Al servicio de campañas priistas cuando les conviene, opositores furibundos del apoyo a Nicaragua, críticos implacables de los manifestantes que se empeñan en paralizar el tráfico, o de los obreros que quieren huelgas, estos noticiarios son la voz de la línea política de un grupo de la iniciativa privada. Este grupo, si bien no el más fuerte, sí es el que tiene las posibilidades mayores de manejar y manipular a la opinión pública. Y si atendemos a sus simpatías por las transnacionales y los gobiernos norteamericanos, habrá que considerar los noticiarios como la parte militante de Televisa.

Como vemos, para diversos investigadores, las consecuencias de esta influencia ideológica se han hecho notar constantemente. Se percibe en la creación de estas representaciones sociales el encomio de ciertos sistemas de vida, modos de ser y relacionarse, actitudes políticas y económicas que refuerzan los intereses neoliberales (Crovi). Tal mediación parece cumplir el propósito que el sociólogo Wright Mills, según Báez, criticaba:

1) Los medios le dicen al hombre de la masa quién es –le prestan una identidad;
2) le dicen qué quiere ser –le dan aspiraciones;
3) le dicen cómo lograrlo –le dan una técnica; y
4) le dicen cómo puede sentir que es así, incluso cuando no lo es –le dan un escape.

Resulta notorio el reconocimiento de la influencia ideológica neoliberal que estructuran los medios de comunicación. Pero este reconocimiento quizá no representaría un punto crítico si no fuera porque diversos expertos coinciden en que el neoliberalismo económico en México es inviable y es urgente un cambio de modelo.

Quisiera recordar aquí la crítica sobre las telenovelas de Bibliowicz, citado en Beltrán y Fox: “Unos serán amos y otros serán esclavos. El mundo de las telenovelas no señala sino un camino: el de la resignación”, esto es, el pensamiento reiterativo o la ideología, como vimos anteriormente. Su contraparte sería el pensamiento disruptivo, que es aquel que propone la capacidad de elegir. Es la invitación a la ética y la politización ciudadana, en contraste con la actual despolitización en el contexto mexicano. Carlos Monsiváis, citado por Poniatowska, retrata las consecuencias de esta despolitización:

La notoria despolitización del mexicano se identifica plenamente con su evidente amoralidad, con la irremediable desidia que le provoca la mera idea de indignarse ante cualquier forma de injusticia. Despolitizar no es sólo convencer a todos los ciudadanos de la inutilidad de preocuparse por los asuntos públicos, de la inexorabilidad de todas las decisiones al margen de cualquier posible intervención de la voluntad colectiva. Despolitizar no es únicamente volver la tarea de la administración de un país asunto mágico y sexenal, resuelto a través de una pura deliberación íntima: también despolitizar es privar de signos morales, de posibilidad de indignación a una sociedad. Es aniquilar la vida moral como asunto de todos y reducirla a nivel de problema de cada quien: es decir, la muerte de la moralidad social y el estímulo a la moralidad pequeñoburguesa, hecha de la necesidad de prohibir, nunca, como en el caso de la verdadera moral, de la capacidad de elegir.

Problematización de la ideología educativa (currículum oculto) y su relación con la desigualdad social
Por otra parte, enfrentamos en México y Latinoamérica una crisis profunda en nuestro sistema educativo. El director del centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), Cabrero, ha denunciado que la educación mexicana no sólo está paralizada, sino que además produce y profundiza las desigualdades sociales. El economista en jefe de la OCDE, Padoan, ha recomendado constantemente reducir la desigualdad y producir crecimiento, lo que  sería posible si se invierten más recursos económicos y se promueven reformas laborales que garanticen educación y empleo de calidad. Sin embargo, para ello, parece también importante superar la educación generalista perpetuadora y reproductora de la estructura sociocultural que ha resultado perjudicial para nuestro desarrollo. Otros autores, como Guevara, coinciden con estas conclusiones: “a la pregunta sobre si la educación es factor de crecimiento económico, la respuesta es afirmativa, pero condicionada”.

La respuesta que se ha previsto para paliar tal crisis educativa, ha sido promover un enfoque por competencias que se articule en la construcción de perfiles académicos que satisfagan las demandas empresariales. Algunas de las críticas a este enfoque se refieren al desplazamiento de una humanización profunda y solidaria, a cambio de una formación tecnocrática eficientista puramente instrumental al servicio del costo-beneficio mercantil. Lo cual contribuye a la crisis valoral que hoy enfrentamos en México, y que como ya hemos visto, parece ser parte de esta estructura de desigualdad social que hoy nos aqueja. Como fue previsto por George Leonard, citado en Naranjo, tal educación parece estar generando mayores problemáticas que las que disipa:

“Respuestas correctas”, especialización, estandarización, competencia estrecha, adquisición ávida, agresión, desapego. Sin ellas, nos ha parecido que la máquina social no podría funcionar. No debemos culpar a las escuelas de crueldad cuando sólo han cumplido con lo que la sociedad les ha pedido. Pero la razón por la que necesitamos una reforma radical de la educación es que las demandas de la sociedad están cambiando radicalmente. No cabe duda de que las características humanas que hoy en día se inculcan dejarán de ser funcionales. Ya se han tornado inapropiadas y destructivas. Si la educación continúa siendo como solía, la humanidad terminará destruyéndose tarde o temprano.

Contrariamente a lo que pareciera, este tipo de educación tampoco parece contribuir a la disminución de la desigualdad social. Según algunos autores, como Westera citado por Moreno, aun el entrenamiento en habilidades específicas aplicadas objetivamente, puede ser inadecuado para el trabajo profesional, pues los empleadores desearían profesionales capacitados para adaptarse a ambientes complejos con dificultades emergentes y abstractas. En este sentido, el fracaso de la construcción de una política educativa que ayude a paliar la desigualdad social, ha sido rotundo en muchos de sus aspectos. Como describe López, “en los países del sur [México incluido, por supuesto], no se ha logrado satisfacer adecuadamente el reto de cobertura y menos el enorme desafío que representa la combinación cobertura, calidad y equidad social”.

Por lo anterior, constituye una urgencia la modificación de las políticas educativas, pues como menciona Muñoz, “es imputable a las estructuras de poder el que la escolaridad no haya actuado eficientemente…como canal de la movilidad social intergeneracional, sino que haya tendido, más bien, a reproducir las desigualdades sociales de una generación a la siguiente”.

Quizá también sea importante considerar el concepto de currículum oculto que propone Jackson, citado en Díaz, y que se refiere a que en la interacción escolar, se promueven ciertos resultados no intencionados que guardan relación con respecto a lo valoral y actitudinal, que son formas de socialización y adaptación a la escuela y sociedad. Esto suele ser ignorado. Es por ello que algunos autores, como Viaña, afirman que la supuesta “neutralidad valorativa” y la “objetividad”, son la coartada para la instalación de una visión y prácticas de preservación del statu quo”.

Si reconocemos las premisas anteriores, aceptamos que no existe la educación neutral y apolítica. Entonces quizás sea importante resaltar a qué tipo de ideología o currículum oculto obedece el plan educativo mexicano, es decir, si no está formando parte de la misma ideología que reproduce el statu quo que nos afecta.

Conclusiones
Nuestro recorrido argumentativo y documental parece indicar que efectivamente, en México y Latinoamérica, la estructura ideológica contenida tanto en los medios masivos de comunicación, como en la educación formal, no contribuye al abatimiento de las desigualdades sociales e incluso ayuda a su perpetuación. Es importante, por lo tanto, como lo hemos visto anteriormente, tomar en cuenta las recomendaciones de diversos expertos con respecto a la necesidad de construcción de una política educativa que ayude al combate a la pobreza. Es también importante que esta política no sólo abarque los límites de la educación formal, sino que además se extienda al espacio cultural que supone la sociedad en su totalidad. Como plantea Fernández:

El problema de esta sociedad no es la economía, ni la falta de educación. ni la violencia, sino el hecho de que la forma general de la sociedad se ha fragmentado, ahuecado y/o endurecido, de suerte que cualquier cosa que se emprenda es fragmentaria, vacua y rígida, y así, se pretenden resolver los problemas de educación, de convivencia ó de miseria de la misma forma en que se provocaron, como cuando el Banco Mundial quiere resolver el endeudamiento de un país haciéndole otro préstamo, como cuando la frustración que deja el consumismo se pretende consolar yéndose de compras.

Asumir tal problemática implica modificar la construcción social conforme a una visión holística y sistémica. En el ámbito de la educación, el paradigma de la complejidad que ha propuesto Morín invita a esto:

La educación tiene que ser reorganizada totalmente. Y esa reorganización no se refiere al acto de enseñar, sino a la lucha contra los defectos del sistema, cada vez mayores. Por ejemplo, la enseñanza de disciplinas separadas y sin ninguna intercomunicación produce una fragmentación y una dispersión que nos impide ver cosas cada vez más importantes en el mundo. Hay problemas centrales y fundamentales que permanecen completamente ignorados u olvidados, y que, sin embargo, son importantes para cualquier sociedad y cualquier cultura.

Aunado a lo anterior, es importante apostar al gasto en desarrollo e investigación, ya que en México hay un rezago inmenso en este rubro. Como lo indica López, “en México, la proporción de gasto en ciencia y tecnología en relación con el PIB no ha conseguido superar la franja de 0.5% y la tendencia es a la baja”.

Por último, el compromiso social y el cambio de paradigma invitarían a la sociedad al desarrollo del pensamiento complejo que implica axiomáticamente la subjetivación estructural del proceso educativo, así como el desarrollo de la abstracción continua, que si no existen, podrían provocar la desubjetivación del individuo (Rosbaco). Esta desubjetivación parece ser precisamente lo que ha sumergido a nuestra sociedad en una crisis de valores. Por ello convendría concebir la educación como un espacio para la recreación ética y estética de los individuos y del mundo. Quizá, como Quiceno propone sobre el saber pedagógico en Michel Foucault:

La educación es una liberación, la pedagogía una forma de producir la libertad, y tanto la educación como la pedagogía han de preocuparse no de lo disciplinar o producir saber, sino de transformar sujetos. No producir el sujeto, sino llevarlo a procesos de transformación de su propia subjetividad.


Extraído de:
Ideología mediática y educación en México, ¿influyen en la construcción y mantenimiento de la desigualdad social?
Christian O. Bailón Fernández
Universidad del Valle de México (México)

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