viernes, 23 de septiembre de 2011

La generación electrónica

En todos los tiempos, los avances tecnológicos provocan cambios en la vida cotidiana, y en la actualidad se destaca que esos cambios son mucho más rápidos. Esta velocidad no nos da tiempo para reflexionar sobre los usos más favorables ¿Estas tecnologías ayudan a vivir? La siguiente nota, hace un aporte a la reflexión.


Actualmente debido a la gran cantidad de nuevas tecnologías y a su fácil acceso, la infancia pasa gran cantidad de tiempo expuesta a: celulares, Internet, videojuegos y televisión entre otras. Prefiriendo este tipo de actividades individuales y sedentarias, en lugar de prácticas deportivas, grupales o al aire libre. Esta excesiva atracción por las nuevas tecnologías recibe el nombre de Tecnofilia, la cual al igual que el alcohol o las drogas es una adicción.

Esta generación electrónica son los jóvenes que crecen de la mano del Internet y de la tecnología; eligen comunicarse por teléfono celular y prefieren pasar horas en un ciber (o en su computadora personal) antes que reunirse con sus amigos(as). Los avances tecnológicos de los últimos años han modificado las costumbres de socialización. Estos jóvenes admiten en muchos casos que "ya no pueden vivir" sin Internet. Es decir que nos encontramos ante nuevas adicciones.

El llamado URGENTE es para los padres y educadores, acerca de las consecuencias de la tecnofilia. Estas adicciones nuevas surgen por el "tiempo libre" de los niños, niñas y adolescentes mal utilizado; el acelerado ritmo de vida que se lleva hoy día. Que obliga a los padres a compartir menos tiempo con sus hijos(as), dándoles esa responsabilidad a terceros; detrás de estas adicciones se esconden conflictos familiares, soledad y aislamiento de estos jóvenes.

Los principales signos de alerta son: Disminución en el rendimiento escolar; Pasar más de tres horas frente a la computadora (televisor o celular); No compartir actividades, ni dialogar con la familia; Descuidar las actividades físicas y su salud; Dormir menos horas; Cambios de estado de ánimo; Alteraciones en los horarios de comida; Irritabilidad al ser interrumpidos, mostrándose ansiosos por volver a la computadora. Si se observan estos síntomas se puede estar hablando de una adicción.

Lo triste del caso es que este tipo de adicción está estrechamente relacionada con la adolescencia, ya que hoy día es la herramienta de comunicación más económica y común para entrar en contacto con familiares y amigos, los mensajes de texto, los email o Messenger, el facebook entre otros, forman parte de nuestro día a día.

Queda en los padres y madres responsables tomar algunas recomendaciones: Limitar el tiempo que pasan los hijos utilizando el computador; Enseñarle a los niños que hablarle a los nombres de la pantalla en una "sala de conversación" es lo mismo que hablarle a un desconocido o extraño; Enseñar al niño que nunca debe dar información personal que lo identifique a otra persona o sitio en internet; Inscribirlos en deporte, música, manualidades etc, para darles alternativas "saludables" para utilizar su tiempo libre; Supervisar periódicamente los mensajes que manda y recibe su hijo(a).

Es importante recordar a los padres que la tecnología debe ayudar al ser humano a mejorar sus habilidades, que así como advierten a sus hijos que no deben hablar con extraños, ni abrirles la puerta de casa, si están solos, ese mismo nivel de supervisión y orientación se debe proveer para el uso de las conexiones online.

"Ser padres... es un compromiso de toda la vida. No lo olvides"

Fuente
Diario Los Andes

jueves, 15 de septiembre de 2011

Preocupa la excesiva exposición infantil a los dispositivos interactivos

Las nuevas tecnologías han modificado nuestros hábitos ¿Son beneficiosos todos los cambios? Es necesario tener en cuenta los posibles perjuicios causados, para reducir los efectos. 






Investigadores británicos han puesto a sonar las alarmas tras detectar en los niños una tendencia a ocupar los intervalos en su entretenimiento televisivo con el acceso a otros medios interactivos, como teléfonos inteligentes, laptops o dispositivos portátiles de juegos electrónicos.

Investigadores de las universidades de Loughborough y Bristol aseguran que esos hábitos están asociados con la obesidad, una pobre salud mental y enfermedades varias en la adultez.

El estudio, que interrogó a niños de entre 10 y 11 años de edad, mostró que es muy común el hábito de llenar los espacios entre programas de televisión, o cuando se está a la espera de una descarga a través de Internet, enviando mensajes de texto o chateando con amigos.

También hallaron que la televisión sirve en muchos casos como un entretenimiento "de fondo" mientras se realizan otras actividades, especialmente si el programa elegido por los adultos es "aburrido".

El Dr. Russ Jago, del Centro para las ciencias del Ejercicio, la Nutrición y la Salud en la Universidad de Bristol, afirma que "hay una falta de información sobre la naturaleza del acceso a las pantallas en los niños, en especial por el rápido avance en la tecnología y su amplia disponibilidad".

"Por ejemplo, los programas de televisión pueden ser vistos en una computadora; las consolas de juegos pueden usarse para navegar por Internet. Los teléfonos inteligentes, las tabletas y los dispositivos portátiles para juegos reproducen música. Del mismo modo, los videojuegos se conectan a Internet y las computadoras portátiles pueden hacer todo lo anterior", dice Jago.

A pesar de las campañas para limitar el acceso de los niños a la televisión, "los niños en nuestro estudio a menudo tenían acceso a cinco dispositivos diferentes a cualquier hora, y muchos de ellos eran portátiles", sostuvo el investigador.

"Esto implica que hay que trabajar con las familias para desarrollar estrategias que limiten el tiempo total de exposición "multi-pantalla", donde sea que ocurra en el hogar".


Fuente:
BBC News, Gran Bretaña                                                                                                    
Síntesis Educativa

miércoles, 7 de septiembre de 2011

¿Es lo mismo buena información que sobreinformación?

La televisión no es un electrodoméstico más, nos ha “formateado”, nos preparó para su uso. Los siguientes párrafos, de Ignacio Ramonet, reflexionan sobre la diferencia entre “sobreinformación” y “buena información”, el significado de “hiperemoción”, “chantaje emocional”, y nos pregunta ante esta situación, cuándo la emoción es verdadera ¿Significa que la información también lo es?

Europa, fragilizadas por la caída de los ingresos publicitarios, siguen siendo objetivo de la codicia de estos nuevos amos del mundo.

Este moderno tinglado comunicacional y la vuelta de los monopolios, preocupan lógicamente a los ciudadanos, que recuerdan las llamadas de alerta lanzados por George Orwell y Aldous Huxley contra el falso progreso de un mundo administrado por una policía del pensamiento. Y temen la posibilidad de un condicionamiento sutil de las mentes a escala planetaria.

En el gran esquema industrial concebido por los patronos de las empresas de entretenimiento, puede constatarse ya que la información se considera antes que nada como una mercancía, y que este carácter predomina ampliamente respecto a la misión fundamental de los media: aclarar y enriquecer el debate democrático.

A este respecto dos ejemplos recientes han mostrado cómo la sobreinformación no significa siempre buena información: el asunto Diana y el affaire Clinton-Lewinsky. La muerte en accidente de automóvil a fines de agosto de 1997 en París de lady Diana y de su novio Dodi Al Fayed, dio lugar a la tempestad informativa más fenomenal en la reciente historia de los media. Prensa escrita (diaria y periódica), radios y televisiones otorgaron a este acontecimiento más espacio que el dedicado a ningún otro asunto que afectara a un individuo en toda la historia de los medios de comunicación de masas.

Millares de portadas de revistas, cientos de horas de reportajes televisados (sobre las circunstancias del accidente, las especulaciones sobre su carácter accidental o criminal, las relaciones con la familia real inglesa, con su ex marido, con sus hijos, sus actividades en favor de los desfavorecidos, su vida sentimental, etcétera.) fueron consagrados a la muerte de «Lady Di». De Nigeria a Sri Lanka, de Japón a Nueva Zelanda, su entierro fue difundido en directo por cientos de cadenas de televisión del mundo entero. En Venezuela y Brasil, miles de personas pasaron toda la noche en vela (a causa del desfase horario) para seguir en directo y en tiempo real sobre la pequeña pantalla las escenas de las honras fúnebres de Diana.

Esta tempestad mediática ha sido comparada con la que el mundo experimentó con motivo de tragedias que afectaron a diversas personalidades: se trata de un error. Ni el asesinato de John Kennedy, ni el atentado contra Juan Pablo II tuvieron una repercusión mediática comparable (por no hablar más que de dos mega-acontecimientos) tratándose además de jefes del Estado y de la Iglesia, responsables políticos o espirituales, a la cabeza de países o de comunidades integradas por cientos de millones de personas que, por su función - presidente de Estados Unidos y Papa de la Iglesia católica - , son personajes habituales de los medios de comunicación y «ocupantes» casi de forma natural de los telediarios del mundo. Dan Rather, Peter Jennings y Tom Brokaw tuvieron que regresar de Cuba, donde cubrían la visita del Papa y su encuentro con Fidel Castro.

Por una vez, los periodistas de la pequeña pantalla tenían varios cuerpos de retraso respecto a sus colegas de la prensa escrita, especialmente el Washington Post y el Newsweek, que estaban preparando el informe sobre las aventuras sentimentales de Clinton desde hacía varios meses. De hecho, la prensa escrita buscaba su revancha desde los tiempos de la guerra del Golfo, que significó el triunfo, el apogeo y el cenit de una información televisada basada en la potencia de la imagen. Y la obtuvo mediante la incursión en nuevos territorios informativos: la vida privada de las personalidades públicas y los escándalos ligados a la corrupción y a los negocios: lo que podría denominarse periodismo de revelación (y no periodismo de investigación). ¿Por qué? Porque en la revelación de affaires de este tipo lo decisivo es la producción de documentos, y estos son casi siempre textos escritos, papeles comprometedores, cuyo valor-imagen es, por así decirlo, nulo, y de los que la televisión puede sacar muy poco partido. En un terreno como éste, la prensa escrita retoma la iniciativa. Por ello desde hace una década en la mayor parte de los países se ha visto multiplicar los informes y las revelaciones, sobre todo en materia de corrupción.

En casi todos los casos es la prensa escrita la que los ha sacado, y prácticamente nunca la televisión. En el asunto Clinton-Lewinsky, a falta de imágenes (los protagonistas se atrincheraban en sus territorios), las cadenas y la CNN se resignaron a organizar platós en los que aparecían los periodistas de la prensa escrita. Michael Isikoff, autor del artículo de Newsweek y el único periodista norteamericano del momento en haber oído una de las famosas grabaciones de las confidencias telefónicas de Monica Lewinsky, llevaba a cabo en esos días una especie de vaivén entre la CBS, la NBC y la ABC. Únicamente la cadena de televisión pública PBS ofreció una primera imagen realmente interesante: la entrevista-choque entre Clinton y Jim Lehrer, su presentador estrella. Todas las demás cadenas interrumpieron inmediatamente sus programas para difundir extractos de la entrevista en la que el presidente norteamericano negó categóricamente haber mantenido relaciones culposas con la joven becaria de la Casa Blanca. A pesar de todo, la prensa del día siguiente tituló: «Sexo, mentiras y cintas magnetofónicas.»

Efectivamente, la televisión ha dado la impresión de estar fuera de juego en todo este asunto. Las revelaciones se iban conociendo a través de fugas y de informadores anónimos, no se dejaban filmar. A pesar de todo, la televisión no dejó de tratar de entrar en el acontecimiento, desdeñando al mismo tiempo el resto de la actualidad internacional. Por ejemplo, durante la rueda de prensa que siguió al encuentro entre Clinton y Yasir Arafat, no retuvo ni difundió más que las preguntas planteadas al presidente norteamericano respecto a...¡sus relaciones con Monica Lewinsky! La imagen de Arafat asistiendo, impasible, a la travesía de Clinton sobre el fuego de sus entrevistadores, constituye una de las pruebas más delirantes de la actual deriva de los media.

Desbordadas por los rumores y carentes de imágenes, las redes de televisión se han visto obligadas a afrontar un dilema sencillo: cómo hablar de la sexualidad presidencial sin hacer «telebasura» (TV trash). El «sexo presidencial»: los periodistas de la televisión sólo hablaban para referirse a éste... En la ABC, Barbara Walters, la gran sacerdotisa de las entrevistas «del corazón», se refería sin pestañear al «semen presidencial» que Monica Lewinsky habría conservado sobre uno de sus vestidos, explicando, con aire grave, que los futuros análisis de ADN podrían traicionar a Clinton.

La televisión norteamericana no aportó ningún elemento nuevo a la investigación. Las cámaras corrían siempre detrás de los reporteros de la prensa. Acabaron por encontrar su salvación en los archivos de la CNN: el famoso achuchón de Clinton a Monica Lewinsky durante una fiesta en los jardines de la Casa Blanca, difundido repetidamente y diseccionado por los expertos del body language («lenguaje del cuerpo»): «La mirada amorosa de Monica», «La palmadita cómplice en su hombro». Estas imágenes venían a confirmar a posteriori que las cadenas de televisión no habían podido mostrar ni una sola imagen significativa desde el inicio del asunto. A partir de ese momento la rivalidad prensa escrita-televisión llegó al paroxismo. Y los desvaríos mediáticos fueron multiplicándose. Los periódicos empezaron a publicar todo lo que se les ocurría. El Dallas Morning News llegó al extremo de anunciar que poseía «la prueba» de que Clinton había sido sorprendido con Monica Lewinsky en una situación embarazosa, y la CNN no dudó en repicar inmediatamente esta falsa información para la pequeña pantalla. En fin, en la Fox, experta en telebasura, los comentaristas se preguntaban con un aire glotón: «¿Será Clinton un adepto al teléfono sexual?» La desproporción entre el supuesto acontecimiento y el estrépito de los media, llegó a tal extremo que llevó a hacer sospechar que Clinton había montado todas las piezas de la crisis contra Bagdad para desviar sobre Irak y Saddam Hussein la potencia maléfica de los media. A pesar de todo, después de cinco días de delirios e histerias mediáticas, Clinton obtenía el 57 por 100 de opiniones favorables entre los norteamericanos.

Los mismos norteamericanos que se mostraban sin embargo persuadidos de que había mantenido relaciones sexuales con Monica Lewinsky. Vemos así que, en la era de la información virtual, únicamente una guerra real puede salvar del acoso informacional. Una era en la que dos parámetros ejercen una influencia determinante sobre la información: el mimetismo mediático y la hiper-emoción. El mimetismo es la fiebre que se apodera súbitamente de los media (con todos los soportes confundidos en él) y que les impulsa, con la más absoluta urgencia, a precipitarse para cubrir un acontecimiento (de cualquier naturaleza) bajo el pretexto de que otros - en particular los medios de referencia - conceden a dicho acontecimiento una gran importancia. Esta imitación delirante provoca un efecto de bola de nieve, funciona como una especie de intoxicación. Cuanto más hablan los media de un tema, más se persuaden colectivamente de que ese tema es indispensable, central, capital, y que hay que cubrirlo mejor todavía, consagrándole más tiempo, más medios, más periodistas. Los media se autoestimulan de esta forma, se sobreexcitan unos a otros, multiplican la emulación y se dejan arrastrar en una especie de espiral vertiginosa, enervante, desde la sobreinformación hasta la náusea.

La hiper-emoción ha existido siempre en los media, pero se reducía al ámbito especializado de ciertos medios, a una cierta prensa popular que jugaba fácilmente con lo sensacional, lo espectacular, el choque emocional.

Por definición, los medios de referencia apostaban por el rigor y la frialdad conceptual, alejándose lo más posible del pathos para atenerse estrictamente a los hechos, a los datos, a las pruebas. Todo esto se ha ido modificando poco a poco, bajo la influencia del media de información dominante que es la televisión. El telediario, en su fascinación por el «espectáculo del acontecimiento» ha desconceptualizado la información y la ha ido sumergiendo progresivamente en la ciénaga de lo patético. Insidiosamente ha establecido una especie de nueva ecuación informacional que podría formularse así: si la emoción que usted siente viendo el telediario es verdadera, la información es verdadera.

Este «chantaje por la emoción» se ha unido a la otra idea extendida por la información televisada: basta ver para comprender. Y todo esto ha venido a acreditar la idea de que la información, no importa de qué información se trate (la situación en el Oriente Próximo, la crisis del sureste asiático, los problemas financieros y monetarios ligados a la introducción del euro, conmociones sociales, informes ecológicos, etc.), siempre es simplificable, reductible, convertible en espectáculo de masas, divisible en un cierto número de segmentos-emociones.

Sobre la base de la idea, muy de moda, de que existiría una «inteligencia emocional», esta concepción de la información rechaza cada vez más el análisis (factor de aburrimiento) y favorece la producción de sensaciones. Todo esto convergió y tomó forma de repente a escala planetaria en el asunto Diana. En aquel momento se perdieron todas las referencias, se transgredieron todas las fronteras, todas las secciones y estilos periodísticos se pusieron patas arriba. Diana se convertía en un «fenómeno mediático total»; un acontecimiento a la vez político, diplomático, sociológico, cultural, humano... que afectaba a todas las capas sociales en todos los países del mundo. Esto es lo radicalmente nuevo. Y cada medio (escrito, hablado o televisado) a partir de su propia posición, se sintió en la obligación de tratar este asunto en beneficio de su público.

La consecuencia principal de este mimetismo mediático y de este tratamiento mediante la hiper-emoción es que (sin que incurramos en una paranoia primaria), todo está preparado para la aparición de un «mesías mediático». Como vino a anunciar indiscutiblemente el asunto Diana. El dispositivo está listo, no solamente desde el punto de vista tecnológico, sino sobre todo psicológico. Los periodistas, los media (y, en cierta medida, los ciudadanos) se encuentran a la espera de una personalidad portadora de un discurso de alcance planetario, basado en la emoción y la compasión. Una mezcla de Diana y de la Madre Teresa, de Juan Pablo II y Gandhi, de Clinton y Ronaldo, que hablaría del sufrimiento de los excluidos (4.000 millones de personas) tal como Paulo Coelho de la ascesis del espíritu. Alguien que transformaría la política en tele-evangelismo, que soñaría con cambiar el mundo sin pasar jamás a actuar en esa dirección, que plantearía la apuesta angélica de una evolución sin revolución.


Extraído de
Ramonet Ignacio
La Tiranía De Las Comunicaciones

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