A despecho
de lo que podríamos pensar en el mundo político, la mayor información que
circula en los medios de comunicación no garantiza mejor conocimiento y menos
la pureza de la verdad. ¿Pero qué es la verdad en medio de la vorágine de los
dichos y contradichos? ¿Quién tiene la verdad? ¿Cómo es esa verdad?
La profusa
información circulante en los medios crea la falsa ilusión que la verdad está
conformada por aquello que se repite persistentemente (en prensa hablada y
prensa escrita) sin necesariamente considerar la dosis de realismo y
certidumbre. No importa, dicen los interesados en construir un sentido de la
realidad, sentido además que se ajusta más a los intereses de los grupos de
poder (de manera abierta o soterrada) que a los intereses legítimos de la
sociedad como un todo solidario. Por ello el viejo adagio que dice: “miente,
miente, algo queda” o la otra que dice “las mentiras repetidas terminan por
convertirse en realidad”
El
problema de fondo es que existe una guerra no declarada de comunicación en la
que uno de los bandos (con propósitos políticos nefastos) diseña sesudas
campañas comunicacionales para vender ideas disfrazadas de verdad y el otro
bando (el democrático) ni siquiera se ha dado cuenta que está en guerra y es
sujeto de un aluvión de mensajes distorsionados. Muchos terminan creyéndoselos,
apropiándoselos, defendiéndolos y pregonándolos. Otros quedan presos de
angustia o paralizados de impotencia pero sin atinar a respuestas certeras en
tanto su reacción es más defensiva que propositiva y estratégica.
Esta
guerra mediática no declarada se da en nombre de la libertad de expresión. El
sujeto cree ser libre y autónomo pero no se ha dado cuenta que es una pieza más
de un coro orquestado con director incluido pero no lo ve, no lo quiere ver y
afirma orondo ser dueño de la verdad. Encima, descalifica ligeramente al otro,
lo estigmatiza y lo hace aparecer como retrógrado, como desfasado de la
realidad incuestionable de la teología del mercado.
¿Pero qué
nos ha llevado a esta situación? Algunas explicaciones podrían ser: pensamiento
reduccionista, acrítico, dicotómico, y simplificante. Preocupa la devaluación
de la política, de la palabra. Se complementa con el espíritu egocéntrico, la
cultura light de aprendizaje, la ley de máxima felicidad con el menor esfuerzo,
el espíritu del sálvese quien pueda. Todo ello ha derivado en la cosificación,
en la deshumanización, donde solo valen mis intereses, aquí y ahora. En ese
marco prima la desconexión con el otro, con la naturaleza, con la democracia,
con el valor de la palabra.
Agentes
perversos por voluntad propia o de manera rentada empaquetan la realidad en
memes y etiquetas para distorsionar la realidad. Otros usan los espacios
formales y democráticos para manifestar sus despropósitos con aires de
académicos, funcionarios o ciudadanos correctos. El hecho que la democracia te
haya convertido en un representante no te vuelve necesariamente en una fuente
digna de información y peor aun cuando solo estás pensando en términos de
conveniencia política. El hecho que profeses la teología del mercado basado en
el individualismo, el consumismo y el hedonismo no significa que todos vayan a
comerse el mismo cuento. Un sector pensante de la sociedad y comprometido con
los valores democráticos quiere creer que es posible la convivencia humana con
base en el respeto, el diálogo y la solidaridad.
En este
proceso de comunicación líquida como diría el filósofo y sociólogo Zygmunt
Bauman, ya no interesan los argumentos, la consistencia, las evidencias como
tampoco interesan los principios y valores, solo interesa la idea incisiva que
daña al otro, lo aplasta, lo descalifica, lo denigra. El éxito comunicacional
se mide por tanto no por lo que construyen sino por lo que destruyen. Lo peor
es cuando te enorgulleces (y encima los felicitas) por los atropellos en nombre
de los intereses políticos y defiendes lo indefendible maltratando la
democracia, los principios, los valores, la equidad, la justicia y la
sostenibilidad.
Por todo
ello, se requiere que recuperemos el valor de la palabra, la deliberación, la
investigación, el valor de las evidencias, el pensamiento crítico, la confianza
en la sociedad empática con valores democráticos. Ser conscientes que existen
poderosas fuerzas que tratan de moldear nuestro pensamiento y que tenemos
capacidades para desarrollar pensamiento propio con apego a los principios por
los que toda la humanidad ha luchado y seguirá luchando. Que las redes
comunicacionales no sean para terminar enredados sino para construir verdaderas
redes de sinergias, colaboración, construcción y sociedades sustentables.
Fuente
artículo: http://pcnpost.com/rodrigo-arce-domesticar-la-comunicacion-a-favor-del-buen-conocimiento-y-la-gobernanza-democratica
Por
Ingeniero
Forestal, Magister Scientiae en Conservación de Recursos Forestales por la
Universidad Nacional Agraria La Molina. Cuenta con un Diplomado en Cambio
Climático y ha cursado los Programas de Gobernabilidad y Gerencia Política y
Diplomacia Indígena de la Universidad Católica del Perú. Ha realizado cursos de
especialización internacional en Alemania, Costa Rica, y Hondura