Todos podemos
apreciar escenas de violencia en la televisión ¿Qué características reúnen? ¿Cómo
puede influir en los menores? ¿Se produce un “aprendizaje de la violencia? ¿En qué podemos notar las influencias de la violencia televisiva?
Desde la década
de los 70’s se han realizado investigaciones en todo el llamado mundo
occidental para observar desde diferentes puntos de vistas el fenómeno de la
violencia en la televisión y su efecto en la conducta, valores y percepción de
la realidad, en los menores de edad.
Es altamente
significativo que un gran número de investigaciones han encontrado, como punto
de partida, que los niños de casi todos los países, pasan un promedio de 23 a
28 horas por semana frente a la televisión. Esto significa que los llamados
“hombres del futuro” – lactantes, preescolares, alumnos de primaria y
adolescentes de secundaria - pasan la mayor parte de sus horas de vigila y de
su corta vida, ante el aparato de televisión.
Nielsen y
Schmitt, por ejemplo, encontraron que de preescolares hasta adolescentes pasan
frente a la televisión 2.6 horas diarias en los días escolares y 5 horas en los
feriados. Por su parte, Strasburger, ha calculado que cuando estos niños
cumplan los 70 años de edad habrán pasado al menos diez y siete años de su vida
ante la televisión.
En general, los
autores que han investigado este tema coinciden en una definición de violencia
que comprende los siguientes elementos resumidos de la siguiente manera por Gerbner:
“Violencia es la expresión abierta de comportamientos que implican forzar
físicamente y psicológicamente a otra persona (o a uno mismo, como en el caso
del suicidio), y por tanto incluye cualquier acción, en contra del deseo de uno,
que cause heridas, la muerte (asesinatos), o la amenaza de herir o asesinar”.
Corona y Quintana
definen las características de la violencia de la siguiente manera:
Usa la fuerza física para causar lesiones o
destruir, por lo cual impide a la victima actuar en defensa de su integridad física
y en su toma de decisiones.
Es consciente, porque causar daño a otra
persona es totalmente intencional y voluntaria.
Implica emociones y sentimientos
Es un medio para llegar a un tipo de
solución
Al estar tantas horas sentados frente al televisor, los niños quedan
expuestos a todo tipo de programas tales como son caricaturas, series
infantiles, películas, series para adultos, telenovelas, noticieros, deportes y
los llamados “reality shows”, programas que se transmiten a cualquier
hora y que el niño tiene oportunidad de verlos, con frecuencia significativa,
sin la supervisión de algún adulto.
Además, como afirma González la televisión absorbe la mente de las
personas ya que no se necesita hacer ningún esfuerzo para sentarse por horas a
contemplarla aunque esto signifique ver basura, lo que ocasiona que consideren
normales las conductas agresivas, violentas y otras distorsiones que les crean
en una idea de la vida muy alejada de la realidad, lo que provoca
comportamientos violentos los cuales no nos explicamos.
Por su parte, en una conferencia, León indicó que la cantidad de
información que reciben los niños a través de la televisión es impresionante, y
esta está plagada por una gran cantidad de escenas violentas en las que el niño
es testigo de terribles asesinatos, robos, mentiras, envidias, engaños,
deslealtades, arbitrariedades, etc., que llegan directamente a la mente de los
menores de todo el mundo.
Los investigadores de muchos países han cuantificado la violencia que
contienen diversos tipos de programas. Han encontrado que, contra lo que
popularmente se cree, las caricaturas y los programas infantiles presentan un
número inusitadamente alto de acciones violentas. En estos estudios, de los
cuales es un claro ejemplo el de Gerbner, la violencia se analizó en tres
niveles:
a) El programa como un todo
b) Cada acción o acto de violencia específico, y
c) El protagonista.
Estos datos se cuantifican en tres sistemas de medida:
1- El porcentaje de programas con algún episodio de violencia;
2- La frecuencia de los episodios de violencia; y,
3- El rol de los personajes principales.
La combinación de estos datos permite obtener el índice de violencia.
Gerbner analizó 24 programas, con duración aproximada de 30 minutos cada uno,
encontró en ellos 371 actos de violencia claramente definidos. Esto significa
12.13 actos violentos por cada hora de programación y 15.43 acciones violentas
por programa. Aunque los datos encontrados en varias investigaciones que se han
realizado en diversos países, tienen algunas variaciones, estas no son
estadísticamente significativas, por lo que se concluye que se trata de una
situación universal.
En apoyo de lo anterior tenemos que la variación en los datos depende
más de la definición de la violencia y del método para cuantificarla, que de la
frecuencia con que se presenta. Así, por ejemplo, Gerbner reporta 5 a 6 actos
violentos por hora de programación, pero sólo contabiliza la violencia física.
Williams, Zabrack y Joy, con una definición más amplia encuentran 18.5 actos por
hora de programación en EE.UU y en Canadá. En estos dos países, otos
investigadores realizaron también un estudio con una definición de la violencia
que incluye tanto la de tipo físico como la de tipo psicológico y registraron
32.5 actos de violencia por hora de programación.
Deducen que la violencia es un fenómeno que llama la atención a tal
grado, que en los 80’s en Estados Unidos el 70% en horas preferenciales y el
90% en la programación infantil los fines de semana se caracterizaba por estar
integrada por programas altamente violentos, considerando, como tales, a
caricaturas para menores del tipo Tom y Jerry, en los cuales ocurren agresiones
y actos violentos a un ritmo mayor a un acto violento por minuto.
Singer, que ha trabajado con lactantes y preescolares, concluye que la
relación y el aprendizaje que les proporcionan sus padres es significativamente
menor, cuantitativamente, a la que les proporciona el aparato de televisión en
el cual la enseñanza – indirecta y no intencionada – les llega plagada de
figuras que “saltan, bailan, ríen, gritan, se destruyen entre ellas y, por
supuesto, los motivan a salir a comprar alimentos y juguetes”.
Estas situaciones no se circunscriben a una región o a culturas muy
definidas, sino que parecen ser universales ya que se han realizado estudios en
los que han participado más de 5,000 niños de culturas tan distintas como son
las de Angola, Argentina, Armenia, Brasil, Canadá, Costa Rica, Croacia, Egipto,
Fidji, Alemania, India, Japón Mauritania, los Países Bajos, Perú, Filipinas,
Qatar, Sudáfrica, España, Tadjikistan, Togo, Trinidad y Tobago, Ucrania.
De acuerdo con Groebel, (UNESCO), los niños de todos estos países pasan
la mayoría de su tiempo de vigilia ante el televisor y aunque los programas
tienen ciertas diferencias, los tipos de violencia que presentan son semejantes
y de frecuencia alta. Estos resultados lo llevan a concluir que la televisión
está omnipresente en todas las áreas del mundo y que la mayoría de los niños
responden de manera semejante ante ella y están sujetos a la misma estimulación
que les ofrece la programación.
Permanecer un número excesivo de horas frente a la televisión tiene como
principal consecuencia para los menores, según demuestran los estudios, el
aprender a ser violento como resultado de observar una programación cuya
finalidad es presentar altos índices de actos de agresión en todas sus
expresiones, con el único objetivo de elevar su audiencia, sin considerar el
daño psicológico y social que provocan en los menores de edad.
Encontraron una correlación estadísticamente significativa entre “ver
muchos programas violentos en la televisión a la edad de ocho años y la conducta
ser agresivo a los 18 años de edad”. El seguimiento mostró, por primera
vez, subraya Sanmartín, la relación directa entre ver violencia y llegar a ser
violento ya que en este estudio hubo menores que no veían programas con
violencia, por diversas razones, y presentaron menos violencia a los 18 años.
Sanmartin reporta que se han analizado numerosos estudios
longitudinales, de campo y experimentales y que todos ellos “han puesto de
manifiesto una correlación significativa entre la exposición a la violencia en
los medios y la conducta violenta”. Remite a las investigaciones de Anderson
y Bushman para verificar su aseveración.
Con frecuencia se ha encontrado que para que un niño desemboque en una
persona violenta ante la exposición a programas violentos en la televisión,
deben intervenir variables adicionales entre las cuales destacan las
características de personalidad, la biología, la cultura y la educación del
individuo, así como las características de su vida familiar, social y medio
sociocultural en el que se desarrolla.
Esto fue comprobado por la UNESCO, en su estudio Global Media Violencia
Study, realizado por Groebel. Entre otras muchas variables y factores
relacionados con la violencia promovida por los medios, encontró que los niños
con predisposición a la violencia, por las razones que sean, utilizan la
violencia en los medios para reforzar y justificar sus creencias y actitudes y
con ello se convierten en más violentos cada día.
Un ejemplo de lo anterior lo constituye el hecho, reportado por él, de
que el 68% de los niños que vivían en entornos violentos tenían como ideal llegar
a ser como “Terminator”, en tanto que únicamente el 37% de los que vivían en
entornos no violentos, tenían esta aspiración. Los entornos violentos refuerzan
y generan personalidades violentas a los que los medios masivos de comunicación
proporcionan el soporte para justificarlos ante los propios niños y jóvenes.
Groebel aclara que un entorno violento, es aquel en el que el menor
observa malos tratos a uno de sus padres, sufre agresiones de sus padres y de
sus hermanos, convive con familiares cercanos víctimas del alcoholismo o la
drogadicción o sus parientes cercanos o amigos se dedican a actividades antisociales:
robo, asalto, fraude, prostitución, tráfico de enervantes, etc.
En el estudio para la UNESCO, Groebel encontró que a escala
internacional más del 50% de los programas de televisión “contienen algún tipo
de violencia. Normalmente se trata de violencia física, pues es la más gráfica
y fácil de presentar. Calculó que se emiten un promedio de siete escenas violentas
cada hora en cualquier canal comercial de cualquier país.
Y agrega: “Un niño de cualquier país del mundo al que llegue la
televisión invierte, por término medio, tres horas delante del televisor: Da lo
mismo que viva en Perú, Angola, Canadá o España. Además, el 93% de los niños
que viven en áreas urbanas o rurales electrificadas, ven televisión. En el
hemisferio norte, esa cifra llega al 99%.” (Groebel ) Sanmartín (2005) considera que la violencia en
las pantallas influye en los menores de edad debido a la interacción de varios factores
entre los cuales él destaca:
Ver escenas violentas en la televisión activa
en el menor emociones, pensamientos, sentimientos y conductas que quedan
asociadas en su mente de acuerdo con lo que propone la Teoría de la asociación
cognitiva o Primming.
Esa misma observación de escenas violentas provoca
que el menor se identifique con el modelo violento e imite la conducta
observada, de acuerdo con la Teoría del modelo simbólico
La visión de la violencia en la TV refuerza
las conductas violentas previas del menor, según la Teoría del refuerzo.
Ver la violencia lleva al menor a percibir
la realidad como poco segura o preocupante. Si la ven con alta frecuencia,
sobre estiman la cantidad de violencia en su medio y, en consecuencia, conciben
al mundo como un lugar altamente peligroso en el cual es muy probable que ellos
sean víctimas en cualquier momento. Esto ocurre según la Teoría del cultivo.
En sentido opuesto, demasiada visión de la violencia
puede llevar a lo que Sanmartín llama “embotamiento emocional” o indiferencia
ante la violencia real. Esto es, según el autor, un postulado de la Teoría
de la desensibilización.
Sanmartin concluye que la gravedad del problema es que a todo lo mencionado,
se une el hecho de que los menores tienden a imitar a sus héroes y estos son
violentos, aunque en la pantalla se les da una naturaleza agradable y
atractiva. Textualmente dice:
“Y así, muchos personajes buenos de la pantalla, es decir personas con
móviles altruistas y beneficiosos para la humanidad, suelen ser más violentos
que el más violento de los malos. Su lucha por la paz, la justicia, el bien
común, etc., parece justificar sus tremendas acciones”.
No obstante el daño que hacen, los programadores no hacen caso de los
clamores de la sociedad, dice este investigador, porque saben que la violencia
incrementa la audiencia y es la ganancia lo único que les importa. El daño
social que provocan es accesorio ante los beneficios económicos que esperan.
El problema adquiere proporciones socialmente significativas cuando se
comprueba que los menores de edad se exponen a películas violentas no
programadas para ellos, sino para los adultos, horarios de las altas horas de
la noche, según explica Grisolia. Además, según la investigación de este autor,
los niños son bombardeados con anuncios, ofertas, informaciones, modas y
distracciones desde la
televisión. Procesar tanta información en sucesión tan rápida
genera, según Grisolia,
“… un estado de ansiedad crónica y difusa que en su faceta positiva
conduce al éxtasis de la comunicación y que en su aspecto negativo llega a
violar en cierto sentido nuestra integridad psíquica, causándonos un estado de estupefacción.
Para impactarnos y despertarnos de nuestro sueño colectivo, los medios de
comunicación recurren a estímulos cada vez más fuertes y provocadores. La
violencia es uno de los principales”
Esto se debe, de acuerdo con Grisolia, a que la violencia es altamente
eficaz para llamar y fijar la
atención. Sin embargo, como cualquier otro estímulo, pierde
su efecto con la repetición, razón por la cual, los medios de comunicación
incrementan su intensidad para volver a captar la atención y en ese afán
abandonan el mundo real y conducen al espectador a una atmósfera surrealista
que llama aún más la atención.
Esto tiene efectos comprobados en los adultos, en los menores, dice
Grisolia, el efecto perceptivo y conductual se incrementa extraordinariamente
debido a la maleabilidad del aparato neurológico, psicológico y hormonal de los
menores y aún de los adolescentes.
De hecho, Grisolia considera que esa estimulación pone en contacto a los
menores y a los adultos por igual con “nuestras sensaciones más profundas y
primitivas, la zona de los mitos, de los cuentos de hadas y de otras
experiencias semejantes”. Considera que quien ejerce el papel de nuestra
niñera “fiel y querida”, es la televisión. Grisolia postula que cuando estamos ansiosos,
seamos menores o mayores de edad, sentimos atracción por los programas
violentos porque estos, afirma, aplacan la ansiedad por corto plazo, tras el cual
caemos en un estado de mayor ansiedad y es así como nos volvemos adictos a la violencia. El
peligro es que esta adición en los niños, con mucha frecuencia pasa de la
visión pasiva a la conducta violenta activa.
De esta manera, los niños al ver programas para adultos y todo lo que
ocurre en la pantalla como contexto de ellos, quedan expuestos a una influencia
altamente propicia para predisponerlos a la violencia o para atemorizarlos
patológicamente con ella.
El asunto es más grave porque, como dice Grisolia, la mayoría de la
población de menores vive en condiciones deficientes para su desarrollo óptimo
y ello los mantiene crónicamente ansiosos. Otro investigador, Donnerstein
estimó que durante sus estudios de primaria el menor de edad, además de los
temas propios de su educación en la escuela, ha visto 8 mil asesinatos
premeditados y al menos 10 mil actos de alta violencia en la televisión.
Consigna que no es una estimación arbitraria suya, sino que ha sido
confirmada por otros investigadores citados por él, participó en el más extenso
y riguroso estudio sobre este tema, en el cual participaron otros diez
especialistas en el tema, todos de la Universidad de California en Santa
Barbará. La investigación fue auspiciada por la National Television Violence
Study, y patrocinada por la National Cable Television Association y
los resultados resumidos fueron dados a conocer por Donnerstein fueron
publicados en su totalidad por Kunkel.
El objetivo fue detectar durante tres años consecutivos, mediante un
estudio longitudinal, la cantidad y el contexto en el que aparecía la violencia
en la televisión estadounidense. Donerstein explica que como parte del proyecto
de investigación realizaron una revisión exhaustiva de los trabajos científicos
que se habían dedicado a evaluar los efectos de la violencia televisiva en los
espectadores. Llegaron a las siguientes conclusiones:
1. La violencia emitida por televisión contribuye a la aparición de una
serie de efectos antisociales en los espectadores.
Grupos de investigación de la American
Psychological Association, American Medical Association, National
Academy of Science y National Institute of Mental Health u U.S. Surgeon General
coincidieron en señalar que .
2. Hay tres tipos principales de efectos provocados por la violencia
televisada:
a) Aprendizaje de actitudes y conductas agresivas.
b) Insensibilidad ante la violencia.
c) Temor a ser víctima de la violencia
3. No toda manifestación violenta en televisión tiene el mismo riesgo de
perjudicar a los espectadores.
El contexto de la escenificación de la violencia puede variar de forma
muy significativa y las diferencias entre estos contextos pueden influir de
forma decisiva en el impacto que la escenificación de la violencia tenga sobre la audiencia El trabajo
concluyó con la identificación de las representaciones violentas que
incrementan el riesgo de que se promuevan conductas antisociales, en tanto que
otras, al parecer lo disminuyen, lo cual depende del contexto de las escenas,
lo que define su impacto en el espectador. La investigación longitudinal de
Donnerstein y colaboradores encontró que los tres efectos consistentes
provocados en el espectador por la violencia, son influidos por nueve variables
críticas. Los efectos son:
1) Aprendizaje de la agresión
2) Miedo a sufrir agresión
3) Insensibilidad emocional
Y las nueve variables que influyen en ellos son:
a) La naturaleza del agresor,
b) La naturaleza de la víctima,
c) La justificación de la violencia,
d) La presencia de armas,
e) La extensión y carácter gráfico de la violencia,
f) El grado de realismo de la violencia,
g) La recompensa o castigo de la violencia,
h) Las consecuencias de la violencia
i) El humor como acompañante, o no, de la violencia.
En el estudio se encontró que las acciones violentas tienen un agresor o
un conjunto de ellos y una o más víctimas. El punto esencial radica en que la
respuesta de los menores al acto de violencia es diferente si el agresor es el
héroe del programa, o el personaje atractivo, o los “buenos” (por ejemplo, los
miembros de la “Liga
de la justicia”, o si el o los agresores son los villanos, los malos, los que,
según la trama, deben ser castigados. Si el agresor o agresores son los
“buenos” o los “atractivos” para los niños, entonces tienen una propensión a
imitar su conducta violenta y, lo que es más grave, a incorporarla como un
valor.
Si por el contrario, la violencia la ejercen los “malos”, entonces disminuye
la propensión de los niños a imitarlos porque no quieren identificarse con
ellos. La otra cara de la moneda está en la víctima de la violencia. Si quien
la sufre es la persona atractiva y simpática, los niños sufren una gran carga
emotiva que los pone en tensión y que incuba en ellos deseos de venganza y de
justicia que se realiza por medio de la violencia.
Si la violencia es contra un grupo de personas indefensas, por ejemplo,
una población bombardeada donde indiscriminadamente mueren mujeres, niños,
ancianos y, en una palabra, personas inocentes, entonces los niños suelen
experimentar temor de ser ellos víctimas de agresiones. Esto engendra en ellos
miedo y, en consecuencia, una serie de conducta paralizantes para su
desarrollo.
En cuanto a la violencia justificada, del tipo de un padre que defiende
a su hija de un grupo de asaltantes o pandilleros, provoca poca imitación y se
considera justificada por los menores. Por otra parte, la violencia
injustificada, del tipo de “un pistolero que mata a un cajero porque no le
entrega de inmediato el dinero”, provoca efectos nocivos en los niños, en
términos de imitación e incitación al uso de la violencia, en la media en que
está envuelta en espectacularidad.
Sin embargo, el estudio indica que tiene menos efecto que la violencia
que realizan los héroes, súper héroes y personajes atractivos. Las armas usadas
como instrumento para la violencia, también tiene efecto superior sobre la percepción
de la violencia y su imitación en los menores.
Es mayor que cuando la violencia se ejerce sin armas, es decir, con los
puños, o los pies, excepto, cuando se trata de supuestos maestros de artes
marciales que convierten a sus cuerpos en armas y que se convierten en ídolos
de los menores y por tanto, en modelos a imitar por ellos.
Otra variable de la violencia en los medios que influye en la conducta
de los menores es la forma como se presenta la escena violencia. Puede ser
tomada de lejos y muy brevemente, o bien de cerca, con extraordinarios detalles
y durante periodos prolongados. Lo que se encontró en el estudio que estamos
tratando es que mientras más larga y detalladas es la escena, mayores efectos
nocivos tiene en los menores.
Pero hay una variación importante, si en un programa o película hay
demasiadas escenas violentas, largas y detalladas, los menores terminan por habituarse
psicológicamente a ella y su respuesta va disminuyendo de manera que se van
haciendo cada vez más insensibles a ella, lo que también es una desventaja
social.
En cuestión de aprendizaje de conductas violentas se encontró que las
escenas de violencia real tiene efectos significativamente mayores que la
violencia irreal. La violencia real se consideró a la de los noticieros, en
tanto que la irreal es la de las caricaturas y las series fantásticas. El
efecto es, precisamente, que producen un mayor y más frecuente aprendizaje de
conductas violentas.
Lo anterior es modificado por una variable de efectos comprobados desde
hace mucho tiempo en la psicología: la recompensa y el castigo. Si en las
escenas presentadas al menor, la violencia es recompensada, promueve imitación y
aprendizaje de conductas de ese tipo, independientemente de que el actor sea
atractivo o no lo sea, o de que la escena será rápida, lenta, cercana o lejana.
Si el acto violento es castigado, tiene menos efecto en el menor pues
disminuye la probabilidad de aprender esa conducta y su frecuencia, siempre de
acuerdo con los datos del National Television Violence Study. La octava
variable indica que si en las escenas violentas se recrean el daño y el dolor
que causan la violencia, en contra de lo que se ha encontrado en otros
estudios, en este, los resultados indicaron que esta variable inhibe la
imitación de la violencia y la tendencia a usarla.
Finalmente, aparear la violencia con el humor es una de las variables a
las que más frecuentemente están expuestos los menores, porque esta es la esencia
de los dibujos animados. El estudio concluye que esta combinación contribuye,
de manera significativa, al aprendizaje y a la imitación de la violencia y la
agresión en todas sus expresiones en los menores de edad. Donnerstein, en sus
conclusiones, lleva el asunto más lejos:
“Los análisis anteriores ponen de manifiesto que estos nueve rasgos
contextuales influyen en todos los espectadores, sean niños o adultos. Es más,
cada uno de estos factores afecta de la misma forma en todos los espectadores,
sean niños o no. Por ejemplo, premiar la violencia es algo que aumenta la
probabilidad de que se aprenda un comportamiento agresivo, sea cual sea la edad
del espectador. Lo contrario se consigue castigando la violencia. Con
todo, hay algunas cuestiones que concierne sólo a los niños muy pequeños”.
Urra, otro investigador, hace una irónica, pero bastante exacta
descripción de la situación del menor entre la televisión y sus padres. Para
ello escribe la siguiente oración que pone en boca de un menor:
“Señor, vos que sois bueno y protegéis a todos los chicos de la tierra,
quiero pedirte un gran favor: Transfórmame en un televisor. Para que mis padres
me cuiden como lo cuidan a él, para que me miren con el mismo interés con que
mi mamá mira su telenovela preferida o papá el noticiero. Quiero hablar como algunos
animadores, que cuando lo hacen, toda la familia calla, para escucharles con
atención y sin interrumpirles. Quiero sentir sobre mí la preocupación que
tienen mis padres cuando la tele se descompone y rápidamente llaman al técnico.
Quiero ser televisor para ser el mejor amigo de mis padres y su héroe favorito.
Señor, por favor, déjame ser televisor, aunque solo sea por un día”
Urra hace notar que el uso de la violencia siempre ha ejercido una
fascinación irresistible sobre las masas y no es ninguna aportación de los mass
media. Recuerda que desde el tiempo de los romanos y al parecer desde la
civilización cretense los espectáculos más importantes incluían a la violencia
en todas sus expresiones. Antes de la televisión, los periódicos y las novelas
de entrega semanal eran la fuente de entretenimiento por medio de la violencia.
Pero hace notar que era diferente en calidad respecto a los periódicos y
las novelas de entregas, no al circo romano, el cual, desde luego, era muy
superior en violencia, aunque Urra no reporta si el espectáculo era también para
niños. Lo que argumenta este investigador es que la diferencia entre la mayoría
de los objetos de transmisión de violencia respecto a la televisión es que en esta
hay menos capacidad de selección. Es decir, consumimos lo que los productores
ofrecen, no precisamente lo que seleccionamos y si lo hacemos, tenemos un
margen muy estrecho para hacerlo.
Por Dolores Elena Castro
Autora de la tesis:”Influencia de la violencia generada en la
televisión sobre niños de 12 años o menores”,
Facultad de Psicología, UNAM, México