jueves, 16 de octubre de 2014

Influencia de la televisión en las emociones


En este post transcribo párrafos de un trabajo de investigación que si bien fue realizado en el contexto español, puede aplicarse a toda Hispanoamérica, cambiando algunos nombres propios. El fenómeno del “reality show” ha alcanzado niveles planetarios, con ellos, entre otros fenómenos, vinieron “actores de usar y tirar”, ¿Existe preocupación en los hogares por la influencia que puedan tener este tipo de programas sobre los menores? ¿Es saludable que los niños pasen tanto tiempo frente a las pantallas viendo este tipo de programas? ¿Qué significa “telerrealidad”?
  


Últimamente hemos visto que la televisión ha ido degradando su imagen en gran medida, haciendo desaparecer los pocos programas culturales existentes o restándole importancia a asuntos de mayor importancia.

Se ha señalado y con razón que si el siglo pasado se caracterizó por la revolución industrial, el siglo XX ofreció como mayor característica la revolución en el terreno de las comunicaciones. Los datos más recientes revelan que cada ciudadano español ve la televisión 208 minutos al día, es decir, una media de 3 horas y media cada jornada (52 días enteros al año). En los últimos tiempos han surgido con audiencias millonarias los llamados “reality shows” o programas de telerrealidad como “Gran Hermano”, “El
Bus”, “Supervivientes”, “Operación Triunfo”, “Confianza Ciega”, etc. Algunos de estos espacios se han impuesto, en términos de audiencia, sobre otras opciones televisivas tradicionales como las películas, las series de ficción o los espacios infantiles, y se han convertido en los programas más vistos con seguimientos millonarios (las dos ediciones anteriores de Gran Hermano finalizaron con más de 9 millones de espectadores cada una, y Operación Triunfo lleva camino de batir todos los registros).

Con las cifras de la audiencia como testigo, muchas cadenas buscan el “cotilleo” y han acabado imponiendo un nuevo orden en el universo rosa, con reglas más “sucias” y una nómina de personajes que son pura picaresca, actores de usar y tirar en programas hechos a su medida que mucha gente considera “basura” pero que otra mucha consume en raciones diarias.

No hay más que hacer zapping, a cualquier franja horaria, para que uno se empache con un contundente menú de piques, revolcones, rupturas, denuncias, querellas, insultos y demás exquisiteces. Todo ello, salpicado por los comentarios de un grupo de tertulianos desbocados, y servido entre tandas de anuncios, aplausos y abucheos del público.

Las cadenas de televisión siguen apostando fuerte por estos contenidos, pero como la tele quema todo lo que toca, han tenido que inventar nuevos formatos, un circo con nuevos números que pasa por el uso de la cámara oculta de los concursos y de los “cutrefamosos” bajo el ojo de las cámaras.

Pero la comunicación de la información universal a través de los medios contemporáneos exige una fundamentación ética por parte de los que la dirigen y una colocación de los medios al servicio de la educación sana, de la verdad, de la socialización constructiva y de la armonía recíproca entre los hombres. Esto es especialmente importante en cuanto se refiere a la información suministrada a los niños, los cuales constituyen la mayor audiencia, dispuesta a ser amenizada, distraída y alimentada mentalmente.

A pesar de la constante y creciente introducción (o mejor dicho, intrusión) de la televisión, en la mayoría de los hogares, se observa una negligencia o despreocupación por la influencia que ejerce sobre las mentes en desarrollo y aun sobre la estructura de la familia, que día a día y lentamente es avasallada por el crimen y la banalidad, por el culto a la estupidez y lo superfluo, que están sustituyendo los valores más nobles y positivos de la vida.

Una o como mucho dos horas al día delante de la tele, ese es el tiempo máximo que aconseja la Academia Americana de Pediatría para los niños en edad escolar. En nuestro país, según Sofres, la empresa que estima las audiencias televisivas, la media de permanencia diaria frente al televisor de los españoles mayores de cuatro años es de 220 minutos, o lo que es lo mismo, 3 horas y 40 minutos. Esto significa que muchos niños pasan delante de la tele bastante más tiempo de lo que realmente es saludable para ellos. La explicación es simple; les encanta. Dibujos animados, series, concursos, programas musicales, anuncios publicitarios, deportes... La mayoría conoce la programación mucho mejor que sus propios padres. Y realmente, frente a la crisis de valores que atraviesa nuestra programación, hay pocos programas destacables que tal vez con un estilo sano transmitan cultura y entretenimiento divertido.

Teniendo en cuenta la importancia de todos los datos mencionados anteriormente, lo que más me preocupa es que esta nueva programación televisiva no solo influye en los adultos sino también en los niños.

Por estas razones, creo que es importante la necesidad de analizar lo que la gente opina al respecto y ver cuales son los efectos que realmente produce la televisión en nuestra sociedad.

La telerealidad
Los datos más recientes afirman que cada ciudadano español ve la televisión un total de 3 horas y 40 minutos cada día, lo cual es totalmente desmesurado. Con la llegada de los nuevos valores sociales, se están implantando en nuestros televisores los llamados “reality shows” o programas de telerrealidad, que se han impuesto contundentemente sobre otras opciones televisivas como pueden ser las películas, las series o los documentales. Estos nuevos programas de telerrealidad (como son “Gran Hermano”, “Operación Triunfo”, “El Bus”, “Confianza Ciega”, “Pop Stars”...) están obteniendo audiencias millonarias inimaginables, están batiendo récords.

Teniendo en cuenta los grandes índices de audiencia de los diversos programas que se están poniendo de actualidad en los últimos tiempos, la llamada “tele basura”, no es de extrañar que llegados a este punto nos encontremos en medio de un interesante debate sobre la calidad de estos programas. Hay desde quien los encuadra en la sección de lo absolutamente deleznable hasta quien cree que se está gestando un nuevo concepto de democracia digital, sin olvidar los intelectuales y pensadores, que han comenzado ya a interesarse por el impresionante efecto social conseguido por alguno de estos espacios.

En este sentido el filósofo Gustavo Bueno defiende a la televisión y a los espacios de telerrealidad cuando reflejan sin interferencias aspectos de la vida cotidiana de las personas, los entiende como “estudios sociológicos”, y defiende a “Gran Hermano” porque es más fiel a la realidad de la sociedad de la que surge y porque permite a los espectadores apreciar en los concursantes valores como la amistad, la generosidad o contravalores como la envidia o el machismo. Sin embargo, en contraposición de estas ideas, se encuentra el Catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, Román Guber, que opina que “Gran Hermano es un pacto interesado (por los premios y la popularidad) entre el exhibicionismo rentabilizable de unos cuantos y la voracidad mirona del publico, que convierte las pantallas domesticas en agujeros de cerraduras”. Guber atribuye esta situación al gobierno implacable del sistema televisivo por parte de un espiral sensacionalista que, en función de la progresiva permisividad social, anuncia un porvenir poco o nada edificante.

Detrás de estos espacios, como puede suponerse, existen también grandes intereses económicos. Y no solo de las propias cadenas de televisión, que juegan millones de euros en cada apuesta televisiva en plena recesión de la inversión publicitaria. También hay que destacar el impresionante crecimiento de los ingresos de las compañías telefónicas como consecuencia de los mensajes enviados a los concursos de TV. Se ha calculado que en los días finales de la ultima edición de “Gran Hermano” se enviaron más de un millón de mensajes. Cifras que ampliamente fueron superadas por “Operación Triunfo” en este año que, en momentos de máxima audiencia, consiguió superar los 1000 mensajes por minuto. De hecho, en los últimos meses, se han creado más de 40 empresas especializadas en servicios interactivos (concursos, sorteos, chats, etc.). Por estos conceptos, el pasado año se facturaron 120 millones de euros (20.000 millones de las antiguas pesetas) y este año se espera triplicar la cifra en función de los más de 10.000 millones de mensajes cortos enviados desde los 30 millones de móviles existentes en España. De cada mensaje corto (SMS) enviado a un concurso televisivo (cuyo precio oscila entre los 0,3 y 0,9 euros sin IVA), la operadora del móvil se lleva aproximadamente la mitad y el resto se lo reparten el proveedor del servicio y el programa que organiza el concurso. Y todo ello, sin olvidar la repercusión que tendrá en el mercado musical el fenómeno “Operación Triunfo”, ya que varios de sus concursantes han vencido ya decenas de miles de copias de sus discos y su caché por actuación, cercanos a los 60.000 euros en el caso de Rosa López (ganadora de la primera edición), se sitúa a la altura de los cantantes más consolidados, para sorpresa de éstos y preocupación de sus compañías de discos, que temen un autentico terremoto de consecuencias imprevisibles en la industria musical.

Está claro que el fenómeno acaba de asomar y que los programas de telerrealidad van a ocupar los espacios centrales de la programación de las cadenas de televisión en los próximos tiempos. Tele 5 dio la campanada con “Gran Hermano” en la primavera del año 2000 y TVE contraatacó de manera espectacular con “Operación Triunfo”, pero esto solo fue el principio ya que les fueron siguiendo otros muchos (de los cuales algunos han fracasado); “Confianza Ciega”, “Supervivientes”, “El Bus”, “Pop Stars”, etc.

La interactividad de estos concursos, la posibilidad de votar para premiar o castigar a los concursantes, se revela como el factor más novedoso para el espectador en la medida que le otorga el papel de dueño del futuro de los diferentes protagonistas.

Descalificar un programa de televisión únicamente porque sea seguido por millones de personas no parece ser un argumento muy consistente teniendo en cuenta que las sociedades modernas se diferencian de las demás, precisamente, por estar gobernadas según los criterios de la mayoría. Aunque eso no significa que la mayoría siempre tenga que tener razón...



Extraído de:
LA INFLUENCIA DE LA NUEVA TELEVISIÓN EN LAS EMOCIONES Y EN LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS
Revista Internacional de Psicología
Dr. Serafín Aldea Muñoz
Director Departamento de Psicología Universidad de Soria
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