¿Es
la televisión una “Escuela para niños”? ¿Fue creada para educar? ¿En este caso,
puede ser el espectador conciente de los efectos? ¿Son los niños, meros
receptores pasivos? ¿Qué influencia ejerce la violencia de la tv? ¿En qué
medida influyen sobre la progresiva desaparición de la infancia? ¿Qué rol debe
asumir la familia?
Sin duda, la elección de la infancia como población a estudiar
en relación a la influencia televisiva, podría venir justificada desde
diferentes ámbitos y por distintos motivos. Sin embargo, haciendo referencia al
aspecto educativo y a la evolución psicológica de los sujetos, nos parece interesante
destacar las aportaciones que al respecto hacen Vasta, Haith y Miller. Así,
estos autores plantean la importancia de estudiar la infancia fundamentalmente
por cinco razones: es un período de desarrollo rápido; las influencias que se producen
en este período son a largo plazo; permite realizar intuiciones sobre los
procesos adultos complejos; por las aplicaciones de las políticas sociales;
porque resulta un tema interesante.
Sobre todo, nuestro interés se centra en las tres primeras
razones que proporcionan estos autores, ya que consideramos necesario atender a
la infancia por ser el futuro de nuestra sociedad, por ser un período que
indiscutiblemente repercutirá en el futuro de los propios sujetos que ahora son
objeto de estudio, y sobre todo, por ser una población que necesita de nuestra
intervención educativa para su pleno desarrollo.
En la misma línea, hemos de considerar que “vivimos en una
época de cambios drásticos y trascendentales […] en las propias experiencias
vitales de los niños” (Buckimgham). Y, son precisamente parte de estos cambios
los que responden al pronto contacto de los niños con el mundo de la
televisión, un mundo que permite a su vez ponerles en contacto con otros que de
no ser así probablemente no conocerían tan temprano. Podemos afirmar que la televisión
es hoy una nueva escuela de los niños, una escuela atractiva y divertida a la
que asisten a diario). Una escuela bien diferente a aquella en que han de ser
responsables y esforzarse para aprender, donde no todo les viene dado.
Paralelamente, la infancia es un periodo especialmente susceptible
a la influencia de la televisión en los términos que aquí planteamos, pues pese
a considerar a los niños seres activos, no podemos olvidar que desde su todavía
poco desarrollada capacidad crítica y ausencia de juicio propio, van “absorbiendo”
lo que van viendo, sin poder discriminar de entre toda esa gran cantidad de
información que reciben. En este sentido, estamos de acuerdo con Sander cuando afirma
que “niños y jóvenes saben mucho más del mundo
de los adultos, los conocen gracias a la televisión y a los medios de comunicación,
incluso antes de ser capaces de experimentarlos por si mismos”.
Los niños se encuentran expuestos constantemente a diferentes
modelos que resultan ser para ellos significativos, con los que parcial o totalmente
tienden a identificarse. Sin embargo, estos modelos, habitualmente, no han sido
creados pensando en formar, a veces ni siquiera en informar, sino buscando divertir.
Así, tanto a través de los padres, como de la escuela, como del grupo de iguales,
como ahora de los medios de comunicación van recibiendo de su entorno valores,
actitudes, modos de conducta, etc., que irán contribuyendo a su proceso de
construcción y consolidación de su propia identidad personal dentro de un
contexto social concreto.
Más allá de su valor de diversión o evasión, los medios de
comunicación (y concretamente la televisión), cumplen una función socializadora
de la que el espectador no suele ser consciente. Es por ello que suelen ser más
eficaces desde el punto de vista socializador por cuanto actúan de manera inadvertida.
Sin duda, la televisión transmite contenidos que pueden ser “peligrosos” desde el
punto de vista educativo, pero al mismo tiempo también proporciona a los niños
la posibilidad de conocer desde bien temprano aspectos que de otro modo no
conocerían, pues proporciona “conocimiento
acerca de diversos aspectos del mundo con el que no tienen un contacto directo”
(Halloran).
De hecho, a partir de la realidad televisiva, se han ido
desarrollando distintas aportaciones que vienen a corroborar la influencia de
este medio en el proceso de socialización. Ciertamente, estas aportaciones han cobrado
diferentes tintes, ya sea en sentido positivo o negativo. Incluso, ha habido
autores que han planteado la exposición a la televisión como algo totalmente
negativo, “como una pérdida de tiempo”.
Si bien, a priori, este planteamiento puede resultar demasiado extremista, hemos
considerado necesario tomar esta aportación pues en numerosas ocasiones se olvida
la necesidad de profundizar más en el papel que desempeñan los propios sujetos en
la producción, adquisición, procesamiento y utilización de la información que les
llega desde los medios de comunicación planteando de manera indiscriminada la programación
en función más de los intereses de los medios que de los telespectadores.
Mientras, otros autores afirman que la televisión presenta una visión fragmentada
de la realidad, proporcionando experiencias correspondientes al plano simbólico
pero no efectivas para la vida real.
Desde nuestra perspectiva, consideramos la relación entre
el espectador, su contexto social y la televisión parte de un proceso muy complejo.
Los niños no son individuos pasivos sino mentes que entienden, seleccionan y
utilizan información. La televisión es parte de sus vidas cotidianas y la forma
en que la utilizan no está necesariamente moldeada por los contenidos televisivos,
sino por el uso y la comprensión individual. Los niños interpretan los
contenidos y negocian sus significados de acuerdo a su edad, habilidad e influencias
socializadoras. Es por ello que consideramos necesario adoptar una perspectiva
que llegue mucho más allá de la mera transmisión de contenidos por parte de la
televisión, para plantear cómo los niños interaccionan con dichos contenidos, cómo
sus preferencias son diversas, cuáles son sus intereses en el visionado y
cuáles son las consecuencias de la exposición al medio.
Sin duda, han sido muchos y muy diversos los estudios que
han tratado de ir vislumbrando la influencia que ejercen los medios de comunicación
sobre la infancia. Estos
estudios han sido abordados desde diferentes perspectivas y han ido dando lugar
a posturas, en ocasiones incluso enfrentadas, en relación a la repercusión de los
medios. En este sentido, Del Moral plantea la existencia de tres versiones a la
hora de considerar la influencia que ejerce la televisión, sobre todo en cuanto
a la violencia que transmiten sus contenidos: 1) Algunos estudiosos del tema cuestionan
la influencia de la televisión, afirmando que no afecta a quienes se exponen a
sus contenidos (en el caso que nos ocupa, niños y adolescentes), pues en realidad
las verdaderas causas de la violencia hemos de buscarlas en el propio contexto socio-cultural
de los niños; 2) Hay autores que afirman que la televisión y los contenidos
violentos que a través de ella se muestran, sí que afectan peligrosa y nocivamente
a los telespectadores, pues la televisión transmite muchos contenidos agresivos
que conducen a la asunción de comportamientos del mismo talante por parte de
los telespectadores; 3) En tercer lugar, un sector más moderado defiende que la
influencia de la violencia televisiva viene sobre todo marcada por el sistema
de valores de cada persona.
Sin duda, pretender aferrarse a una de estas posturas podría
llegar a ser negativo desde el punto de vista educativo, pues sólo tendríamos una
visión parcial del tema. Es por ello que nuestro propósito en este trabajo no
ha sido adoptar una postura totalmente pesimista desde la que pretendamos negar
la televisión. Antes
bien, somos conscientes de la evidente influencia de la televisión tanto en sentido
positivo como negativo. Es decir, a través de la televisión los niños entran en
contacto con un mundo (en ocasiones irreal) que les transmite información, les
permite conocer valores, actitudes, comportamientos, normas que posiblemente
les ayuden en su desarrollo social, pero también contactan con aspectos que pueden
llegar a ser nocivos si no acontece una intervención educativa por parte del
resto de agencias que participan en dicho proceso.
En este sentido, desde principios de los años 90 viene
planteándose una cuestión de suma importancia relativa a la progresiva desaparición
de la infancia como tal, a la excesivamente pronta incorporación de los niños y
niñas a la vida adulta, a la pérdida de etapas de gran calidad educativa y lúdica.
Y es precisamente en este contexto donde los medios de comunicación (sobre todo
la televisión) desarrollan una labor protagonista en la transmisión de modelos
y estilos de vida para la infancia radicalmente diferentes a los que anteriormente
eran habituales. En palabras de McQuail, “los
medios de comunicación desempeñan un papel en la temprana socialización de los
niños y en la socialización a largo plazo de los adultos”. Los mass media ofrecen
de forma constante modelos de vida y de comportamiento antes de que ocurra la auténtica
experiencia. De este modo, los niños encuentran en los medios (y sobre todo en
la televisión) lecciones sobre la vida y las conectan con su propia
experiencia, pudiendo pesar mucho esto en la conformación de las expectativas y
aspiraciones de los propios niños.
Por otra parte, Tedesco señala cómo incluso el rol de la familia
se ha visto aminorado en pro del protagonismo adquirido por otros contextos
socializadores. La televisión ofrece información, caminos que llevan a la
infancia a descubrir “secretos” en otras épocas guardados hasta bien entrada la adolescencia. Postman
postula que es precisamente la televisión la que va desvelando esos secretos,
sobre todo, en lo que respecta a la sexualidad, la violencia y la competencia de
los adultos para dirigir el mundo. En este contexto, el autor destaca el insustituible
papel de la familia como agencia mediadora en el proceso, no sólo por los mensajes
que en su seno se transmite a los niños sino, fundamentalmente, por las
barreras y límites que establece. Barreras que, al mismo tiempo, la televisión
trata de eliminar, pues a través de ella se ofrecen, de forma indiscriminada, imágenes
de ficción pero también del mundo real.
En un mismo orden de cosas, Garbarino y Fernández-Villanueva,
inciden en cómo los niños aprenden modelos agresivos a través de los medios
desde edades bien tempranas. Así, estos niños ven cómo los personajes (cada vez
con mayores visos de realidad) logran lo que desean haciendo uso de la
violencia, de modo que ésta parece no sólo funcional sino también la clave del
éxito en la vida adulta. Estos autores alertan del peligro que esto encierra y
de la necesidad de actuar desde las instancias educativas implicadas. Sin duda,
el medio televisivo también contribuye a afianzar las connotaciones que se asocian
al “yo” actual, al propio de la sociedad en que nos ha tocado vivir. Como afirma
Cushman, se trata de un “yo” competitivo, más individualista, subjetivo, volcado
en su interior y, por ende, más aislado de los demás. En este sentido,
Rosengren también vincula la reducción actual de la etapa infantil a la
influencia de los medios de comunicación. Este autor plantea que, particularmente
la televisión, se constituye en agente de socialización de gran importancia, contribuyendo
a crear la percepción de los niños de la realidad cultural en la que viven.
En palabras de De Bofarull “la inocencia de un niño que debe descubrir la vida y su realidad de un modo
paulatino, en consonancia con su desarrollo psicoevolutivo, con su capacidad de
entender y elaborar las cosas que surgen ante él, ha quedado tocada”. Sin
duda, a través de la televisión, a los niños se les descubre un mundo ajeno que
pronto dejará de serlo. Un mundo marcado más por las formas de ser y de hacer
adultas que por las propias de la infancia. Así, Meyrowitz argumenta que los niños
son socializados dentro de las reglas de los adultos a una edad más temprana de
lo que era habitual hace años, debido a la influencia de la televisión. En un mismo
orden de cosas, Heath y Bryant plantean que una prolongada exposición a los
contenidos televisivos enseña a los receptores el mundo, próximo y lejano, e
indica el comportamiento que se considera adecuado en el mismo. Por lo que
respecta al tipo de contenido televisivo que consumen niños y adolescentes, así
como a la finalidad con que lo hacen, Van Evra argumenta que los efectos socializadores
de la televisión en los niños son mayores cuando el objetivo de verla es la
diversión y cuando se percibe el contenido como real, atribuyendo dichos efectos
a una carencia de pensamiento o juicio crítico durante la recepción. De este modo,
Hartley llama nuestra atención sobre la importancia del uso que hagamos del medio
televisivo, partiendo de la convicción de que no es un artefacto nefasto en sí,
sino que todo depende de la orientación, actividades, reflexiones, etc., que construyamos
o no en torno a ella y en relación a los más pequeños. Para muchos parece claro
que “los efectos de la televisión son diferentes
en cada niño, dependiendo de su temperamento, necesidades, creencias y valores ya
existentes, y de su ambiente social” (Lucas).
Extraído de
CÁNOVAS LEONHARDT,
Paz y SAHUQUILLO MATEO, Piedad (2008). La influencia del medio televisivo en el
proceso de socialización de la infancia. En SÁNCHEZ PERIS, Francesc J. (Coord.)
Videojuegos: una herramienta educativa del “homo digitalis”. Revista Electrónica
Teoría de la Educación: Educación y Cultura
E
n la Sociedad de la Información. Vol.
9, nº 3. Universidad de Salamanca
www.usal.es/~teoriaeducacion/rev_numero_09_03/n9_03_leonhardt_sauquillo.pdf