Desde 1950 la televisión privada modela la política cultural de las emociones del pueblo de México. Pablo Latapí solía decir que lo que la escuela teje, por las mañanas, lo desteje la programación vepertina y nocturna de una televisión sensiblera, gimoteante, sufridora, chabacana, misógina, homófoba y clasista. En realidad, si pasamos revista a los programas humorísticos y a las propias telenovelas, también se puede concluir el ejercicio de una política discriminadora y racista en las cadenas privadas de telecomunicación.
El indígena y el afrodescendiente, cuando aparecían
en la programación, eran reducidos, casi siempre, a desempeñar el papel de
patiño, bufón o sirviente pícaro: un ser sin voz propia. La narrativa contaba
la historia de una supremacía racial blancay rica, quizá por ello los cuatro
representantes de las cadenas televisoras firmantes del acuerdo, prósperos
empresarios, encajan en ese estereotipo.
La televisión privada destrozó cualquier pretensión
del sistema educativo mexicano por formar estudiantes críticos, reflexivos,
autónomos. En sentido contrario a la idea kantiana de la Ilustración, más bien
contribuyó a construir mentalidades y disposiciones afectivas sin el ímpetu y
el temple necesarios para ejercer la crítica y, mucho menos aún, la
autocrítica; por el contrario, las programaciones norteamericanas exaltaban la
violencia y el éxito a cualquier precio, las telenovelas negaban la voluntad de
vida, para premiar la servidumbre de la protagonista con una boda lujosa y con
muchos hijos. Eran las virtudes platónicas de las mujeres, que siempre, después
de un largo, lacrimógeno y aburrido calvario, triunfaban sobre las rudas
villanas del horario de lujo.
Una política cultural de las emociones que concluye
en dejar todo en la mano invisible de Dios, él sabe por qué unos, los menos,
son ricos, rubios y sanos y, otros, la enorme mayoría de los mexicanos, son
pobres, prietos y enfermos. Así se modeló la moral del rebaño, la moral de la
servidumbre, la cobardía y la pereza de pensar por uno mismo.
Por ello es que resulta un cólico hepático –como el
que sufrió mi admirado Manuel Gil Antón–, escuchar a Emilio Azcárraga Jean,
Presidente de Televisa, solicitar, desde Palacio Nacional, en la firma de
concertación de las televisoras privadas con la Secretaría de Educación
Pública, el agradecimiento de los mexicanos por los 70 años de entretenimiento
y diversión. Y, por si fuera poco, en este tiempo oscuro nos harán el favor de
darnos también la educación. ¿Por qué, cómo, uno se pregunta, el
empresario más poderoso de la televisión mexicana subestima de tal manera
ofensiva la inteligencia y la memoria histórica de la ciudadanía mexicana?
Considero que en estos momentos es muy pronto para
saber qué contenidos educativos se transmitirán por televisión, cuáles por
plataformas digitales, Facebook, What’s App, etc., hasta las heroicas jornadas
de los profesores de México que en cadenas humanas, «muy bien controladas» – me
dicen una profesora de la Sierra Morena y una pareja de docentes de la Mixteca–
llevan y traen las planeaciones didácticas y los trabajos de los estudiantes e
incluso los visitan en sus casas, para motivarlos a no abandonar la escuela.
En materia educativa, como en casi todas las áreas
del conocimiento, la pandemia desnuda, desfundamenta verdades de granito, por
eso el mundo está invirtiendo tanto dinero en una vacuna contra el Covid-19,
porque el virus mostró la fragilidad del soberbio espíritu científico – que
sometido a la verdad de la técnica se olvidó de la verdad del ser. Cada vez es
más claro que la destrucción de la naturaleza por el progreso técnico es el
origen de una respuesta tan violenta de ésta contra la humanidad. Hoy, 5 de
agosto, aparece un estudio científico en la prestigiada revista Nature en
la que un equipo de investigadores de la University College London (UCL)
descubrió, como resultado de 184 estudios en el mundo que analizaron 6 mil 801
grupos ecológicos y más de siete mil especies, entre las cuales 376 albergan
agentes biológicos patógenos, capaces de transmitir alguna infección a la
biología de los seres humanos, que las transformación de las tierras para el
cultivo beneficia a muchos de esos patógenos que son potenciales pandemias para
la humanidad. Ese es el destino del mundo bajo el dominio de la verdad de la
técnica.
Con todo, hay un fundamento que no debe ser
olvidado en este tremor universal del género humano: el cuidado del ser: la
dignidad. En ese sentido tiene razón Manuel Gil Antón cuando observa con
agudeza, recordando al maestro Paulo Freire, que estamos frente al riesgo de
ingresar al circuito de la educación bancaria si dejamos todo el proceso
educativo en la televisión.
La educación bancaria concibe solo un lado activo
de los procesos de enseñanza y aprendizaje: el profesor que sabe y transmite,
es él quien deposita los conocimientos, en este caso los contenidos de los
programas de estudio por televisión, a las y los estudiantes, recipientes
vacíos que reciben pasivamente, y durante varias horas al día, el discurso de
los sabios de la aldea. En ese proceso los conocimientos se memorizan y
«regurgitan» mecánicamente. Como monos y máquinas sin sentido, los estudiantes
son privados de la facultad de cuestionar e, incluso, dudar, y someter a la
crítica, los fundamentos y principios de las ciencias y las humanidades. La
educación bancaria forma seres humanos a la mano, siempre a la disposición de
los poderosos, seres domesticados: “Sí señor, a sus órdenes …”
Eso significa, piensa Gil Antón, arrancarles de
cuajo la dignidad, porque les arrebatan la posibilidad de ser ellos mismos, de
alcanzar a distinguir la voz propia. La crítica es una pasión antes que un
concepto o un pensamiento, el magisterio mexicano mostró esa pasión en los
hechos, cuando nadie en el mundo sabía cómo superar la pandemia sin suspender
los procesos educativos, ellos, las profesoras y los profesores, se organizaron
para evitar que la nave se fuera a pique, ese fue un hecho en la Sierra Norte,
en la baja Mixteca, Sierra Negra y en las grandes ciudades de Puebla –mis
fuentes primigenias de aprendizaje e información–, pero es necesario
enfatizarlo, los docentes escribieron esta hazaña en todo el país.
Por ello creo que es el mejor momento para impulsar
una campaña de pensamiento crítico en el sistema educativo nacional,
aprovechemos las fisuras de la verdad de la técnica para promover el cuidado
del ser, la solidaridad, los afectos: la comprensión de los otros, que somos
nosotros mismos.
Después de todo poco se puede argumentar en favor
de los fundamentos de la ciencia, de la verdad de la técnica que mueve los
resortes internos de la educación, la economía y la política del mundo, si
somos incapaces de salvar el sentido de la existencia, el derecho a la búsqueda
de la voz propia entre nuestros estudiantes y profesores, entre los mexicanos.
Y sí, no queda la menor duda, es necesario
desplazar la verdad fría de la técnica, y, para ello, necesitamos consultar,
escuchar a los que saben, al magisterio de México, que enfrentó con valentía e
imaginación, con pasión crítica, a la bestia coronada en el primer round, pues
se convirtieron en el dique que hizo posible la permanencia mayoritaria de los
estudiantes en las aulas, de no ser por ellos el abandono escolar hubiese
alcanzado magnitudes catastróficas para el sistema educativo nacional.
¿Será posible que el dispositivo (televisión) mute
su naturaleza domesticadora por una segunda naturaleza, la crítica, sin morir
en el intento…?
Por Miguel Ángel
Rodríguez
Fuente:
http://www.educacionfutura.org/television-y-educacion-bancaria/
No hay comentarios:
Publicar un comentario