lunes, 8 de marzo de 2021

Las pantallas olvidan el cuerpo

 Una concepción de la educación fundamentada en la tecnología conlleva una visión de la vida, de las relaciones, de la convivencia, de la economía y también de la finalidad y el método de la educación. Rendirse a la avalancha tecnológica y dejarnos llevar es poner en sus manos nuestro destino y nuestra identidad.

 


En la llamada sociedad del conocimiento, las tecnologías, la inteligencia artificial y las pantallas son protagonistas y aceleradores de grandes cambios. La humanidad y la educación se están tecnificando a ritmos acelerados y se acepta como deseable cualquier innovación tecnológica. El desarrollo de las tecnologías digitales es hegemónico y está transformando nuestras vidas y el mundo que conocemos: las formas de participación, consumo, comunicación, trabajo, información y educación. Estos cambios, sin embargo, deberían salvaguardar la dimensión humana y social de nuestra especie. Un aspecto que la omnipresencia de pantallas y otros dispositivos no permite asegurar. La tecnología es un resultado de la inteligencia humana y, por lo tanto, debería servir para ayudarnos a ser más libres y más humanos. La lógica nos dice que se debería tender a humanizar la tecnología y no al revés, como parece ser la tendencia predominante.

 

La digitalización de la vida tiende a eliminar los elementos de humanización inscritos en las relaciones interpersonales

 

Si nos centramos en el ámbito educativo, la enseñanza y aprendizaje virtual, el poder formativo de las pantallas y la omnipresencia de las redes sociales parecen realidades ineludibles que, aparte de las dudas de seguridad que generan, abren muchos interrogantes sobre sus virtudes educativas reales. La educación tiene la misión de educar de manera integral los seres humanos y, en cambio, la digitalización de la vida tiende a eliminar los elementos de humanización inscritos en las relaciones interpersonales y en el aprendizaje vivencial. La tecnología tiene ideología. Una concepción de la educación fundamentada en la tecnología conlleva una visión de la vida, de las relaciones, de la convivencia, de la economía y también de la finalidad y el método de la educación. Rendirse a la avalancha tecnológica y dejarnos llevar es poner en sus manos nuestro destino y nuestra identidad.

 

Esta invasión tecnológica está afectando las emociones del alumnado, la relación con los docentes, la interrelación grupal, la orientación personal, la percepción de los dilemas cotidianos, el autoconocimiento y la autoestima del alumnado, así como los cuidados y las respuestas de los docentes a sus requerimientos. No está claro que todo esto se pueda lograr a través de las pantallas, en la distancia y en la virtualidad.

Por otra parte, las tecnologías también están forzando cambios en el rol del profesorado como docente. Ya no es transmisor de conocimientos porque están en la nube. Es facilitador de aprendizajes siempre mediados por la tecnología, las pantallas, los discursos «tuitats» y los poderes virtuales. No se debería perder de vista que el alumnado y el profesorado, en sus roles y a través de las metodologías, son elementos de humanización.

¿Por qué motivos tenemos esta prevención ante la tecnología y, de manera más concreta, ante la omnipresencia de las pantallas? Dicho de manera breve, porque a menudo la tecnología y las pantallas olvidan el cuerpo, lo ahuyentan del proceso educativo, con todas sus posibilidades y exigencias. Sí, lo ponen entre paréntesis, lo adormecen y se dirigen ilusoriamente a un cerebro sin cuerpo, o tal vez a un cerebro con un dedo índice para ir pasando pantallas. Como se ha dicho alguna vez, debemos poner el cuerpo, y en la educación también hay que ponerlo.

 

Poner el cuerpo significa no olvidar que se aprende a pensar con las manos, que no se puede sustituir la acción motriz, que no se puede eliminar la experimentación sensorial, que no se puede depreciar la manipulación, que la práctica enriquece siempre el saber abstracto de la teoría. Como sabemos desde hace mucho tiempo, la educación debe fundamentarse en la actividad global de los aprendices. Esto no niega las pantallas, pero hay que darles su lugar y su tiempo para que no lo inunden todo.

 

Poner el cuerpo significa no olvidar que nos relacionamos con la palabra, la entonación, la mirada, la sonrisa, el gesto y con todo lo imaginable. Nos comunicamos con todo el cuerpo y limitar los canales significa limitar la comprensión mutua. Internet va bien para convocar a una reunión o a una manifestación y mal para deliberar ante un conflicto y paso a paso buscar un acuerdo satisfactorio para todos. No hay educación sin el aprendizaje lento y complejo del diálogo.

 

Poner el cuerpo significa no olvidar que formamos nuestra identidad gracias a la imagen que los demás nos devuelven y gracias a la reflexión que hacemos con todas las imágenes y voces que llenan nuestra mente. Nos formamos asimilando el reconocimiento que nos dan las personas de referencia que nos rodean. Pero cada vez con mayor frecuencia la imagen que nos devuelven los amigos reales e irreales es un me gusta y nadie puede construir una identidad auténtica con un puñado de me gustas. De hecho, sólo sirven para convertirnos en adictos a una pizca de satisfacción vacía de contenido, pero que nos hace sufrir si no recibimos una dosis mayor cada día.

 

El ser humano es un ser social y un ser de experiencia, y esto requiere unas relaciones directas con el mundo y con los demás, unas relaciones basadas en el contacto real, unas relaciones en las que intervienen todos los sentidos y a través de las cuales se construye el conocimiento, la identidad y los valores. Estas características son fundamentales en una educación humanizada y por lo tanto deberían estar presentes en todas las metodologías pedagógicas.

 

Los mejores procesos de aprendizaje inciden en la experimentación, la investigación y la interacción con los iguales a través de actividades de relación directa como las asambleas, los debates, el trabajo cooperativo, la resolución de problemas o la producción de materiales. En este sentido, destaca el aprendizaje servicio como metodología que fomenta la humanización de la educación y de la vida. En los proyectos de aprendizaje servicio se observa y estudia el contexto y se identifican necesidades de las personas que lo habitan. Se incide en la comunidad con la intención de ayudar y aportar mejoras reales. Para ello se debe poner de acuerdo al alumnado y se debe colaborar con los agentes del territorio y, finalmente, poner en juego intereses, dificultades, actitudes, y valores de todos los implicados.

 

Todo esto se produce en una interacción personal, en la que afloran elementos psicológicos, se aportan conocimientos, se construyen relaciones de confianza, se contraponen valores, se toman decisiones y se llevan a cabo.

 

Estos valores y actitudes se pueden potenciar con soportes y métodos virtuales y en la distancia. Cierto que la comunicación virtual se hace entre personas, pero seguro que será más vivencial en los proyectos basados en la presencia y la interacción cara a cara. Los proyectos de aprendizaje servicio no son tecnofóbicos, todo lo contrario, la tecnología se utiliza como complemento, como instrumento para obtener información, para facilitar el trabajo, la organización y la exposición o presentación de resultados. No se prescinde de la tecnología, se aprovechan todas sus ventajas. Unir tecnología y humanización incrementa su potencial educativo y ético.

 

 

 

 

por

José Palos

Josep Mª Puig

Fuente

https://eldiariodelaeducacion.com/convivenciayeducacionenvalores/2020/12/15/las-pantallas-olvidan-el-cuerpo/

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