viernes, 1 de julio de 2011

PERVERSIONES AUDIOVISUALES

Mucho se ha escrito sobre la televisión, y tal vez lo más peligroso permanezca invisible, naturalizado ¿Qué han hecho con nuestras emociones? ¿Para qué las usan? ¿Es eso lo que deseamos hacer con nuestras vidas?


PERVERSIONES AUDIOVISUALES
La bibliografía sobre las disfunciones de la televisión es inabarcable. En ello no deja de tener importancia el prejuicio elitista de los intelectuales frente a los medios electrónicos. Para mi, la perversión de la que arrancan todas es la conversión de la información en mercancía en un contexto de libre competencia entre empresas informativas. Entonces, el valor testimonial de la imagen se pervierte y se convierte en hipermotividad.

Ignacio Ramonet en la Tiranía de la Comunicación ha escrito:
«La hiper-emoción ha existido siempre en los media, pero se reducía al ámbito especializado de ciertos medios, a una cierta prensa popular que jugaba fácilmente con lo sensacional, lo espectacular, el choque emocional. Por definición, los medios de referencia apostaban por el rigor y la frialdad conceptual, alejándose lo s posible del pathos para atenerse estrictamente a los hechos, a los datos, a las pruebas. Todo esto se ha ido modificando poco a poco, bajo la influencia del medio de información dominante que es la televisión. El telediario, en su fascinación por el “espectáculo del acontecimiento ha desconceptualizado la información y la ha ido sumergiendo progresivamente en la ciénaga de lo patético. Insidiosamente ha establecido una especie de nueva ecuación informacional que podría formularse así: si la emoción que usted siente viendo el telediario es verdadera, la información es verdadera. Este “chantaje por la emoción” se ha unido a la otra idea extendida por la información televisada: basta ver para comprender. Y todo esto ha venido a acreditar la idea de que la información, no importa de qué información se trate... siempre es simplificable, reductible, convertible en espectáculo de masas, divisible en un cierto número de segmentos-emociones. Sobre la base de la idea, muy de moda, de que existiría una “inteligencia emocional”, esta concepción de la información rechaza cada vez más el análisis (factor de aburrimiento) y favorece la producción de sensaciones.»

Es muy fácil, entonces, caer en la fascinación del mal. Margarita Riviere ha escrito en La Década de la Decencia que

«el periodismo de hoy no sólo es testigo directo de la fascinación del mal, sino que se compromete con él al patrocinar la amplificación de esa fascinación más allá de su obligación de reflejar la realidad».

Como es lógico esta hiperemotividad, pasado un primer impacto, termina por anestesiarnos y convertirnos en sujetos pasivos y ausentes de lo que pasa a nuestro alrededor. José Saramago en un bello texto ¿A quién sirve la comunicación? ha puesto de manifiesto este fenómeno diseccionando las imágenes de la caída del ciclista Abdoujaparov en el Tour de Francia. Los distintos ángulos, ralentizados etc. nos dan distintas visiones de la realidad y hemos tenido la ilusión de participar en ella:
«... Hemos visto esta escena como la hubiéramos visto en la calle. Con la diferencia de que el coche no hubiera podido derribar a la persona más que una sola vez. Y que, en cuanto testigo, no hubiera podido —a menos de ser un sádico hacer dar marcha atrás al coche para repetir la escena del accidente. En la televisión hemos podido ver treinta veces la caída accidental... En cada toma comprendíamos mejor las circunstancias de la caída... Pero, cada vez, nuestra sensibilidad se embotaba un poco más. Se convertía en una cosa fría, no relevante para la vida, sino espectáculo, cine. Poco a poco, veíamos cada caída con una distancia de cinéfilo disecando una secuencia de una película de acción. Las repeticiones habían terminado por matar nuestra emoción.»

En la mente de todos pervivirán imágenes dramáticas como las descritas por Saramago. Yo recordaría las del atentado contra Irene Villa que fueron y todavía lo son alguna vez— repetidas hasta un límite en que la compasión se vuelve indiferencia, si no asco.

De modo que la hiperemotividad es, en estos momentos, la perversión audiovisual s grave. Y otra que ejerce gran influencia sobre la información internacional es la espectaculización, la conversión de la información en espectáculo. La televisión, en cuanto emparentada con el cine y el teatro es espectáculo y lleva siempre consigo un elemento de puesta en escena. Pero la competencia lleva a buscar el más difícil todavía, a que el informador se convierta en protagonista y supone que los despliegues y alardes técnicos sean el objetivo primario de todos los esfuerzos empresariales, quedando los contenidos informativos en un segundo término.




Extraído de
Palabra e imagen en la información internacional
Rafael DÍAZ ARIAS
Documentación de las Ciencias de la Información
2001, número 24, 269-281

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